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"Pese a saber que los algoritmos nos manipulan, la tecnología nos seduce y obnubila"

Un hombre consulta su tableta en la playa de Barcelona.

Un hombre consulta su tableta en la playa de Barcelona. / Elisenda Pons

Nuestros datos privados, nuestras preferencias, deseos son controlados por hilos invisibles, los algoritmos. Estamos expuestos a los sesgos de los algoritmos. Al desafío de la implementación de la inteligencia artificial que, a pasos agigantados, gobierna nuestra existencia. Asistimos al desarrollo de un mundo tecnológico en el que reina la opacidad, la ausencia de autorregulación y la falta de auditoría, que es obligada, en el régimen de la función pública.

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A través de los algoritmos, de determinados patrones preestablecidos, automatizados, se toman decisiones trascendentes en el ámbito de la salud, cribaje, en el laboral, en la selección de personal, en la seguridad, en la predicción del maltrato, en el de la reincidencia de condenados. Nos fascina la tecnología, nos seduce y obnubila, a la vez que anestesia nuestra capacidad crítica. La polarización en las redes sociales, los contenidos de vertiginosa volatilidad, maximizan el negocio. La psicología irrumpe en el campo de la publicidad, en el ocio y entretenimiento. Saben qué nos apetece, nuestros gustos, nuestras inclinaciones.

La anómala regulación o el escaso control de esos sesgos algorítmicos puede llevar a la toma de decisiones discriminatorias y hasta perjudiciales. Por ello, es menester establecer auditorías contrastadas ante el riesgo generado. Es preciso evitar el espacio de impunidad en el desarrollo tecnológico. Progreso, sí, pero controlando el impacto social, ético y legal de la tecnología intensiva de datos.

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