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Pedro Sánchez, el próximo jarrón chino de la colección

rajoy sanchez tv

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Mario Martín

176 diputados es lo que marca tener, o no, la confianza del Parlamento español, compuesto por 350 señorías. Mariano Rajoy ha ido descontando apoyos, uno a uno, desde los 186 tic-tac, 180 tic-tac, 175 tic-tac, 169 tic-tac, 151 tic-tac y 137.

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Hasta, finalmente, ver evaporarse su mayoría absoluta del 2011, con la que rompió el techo de Aznar (183), conseguida solo unos meses después de la eclosión social que se vivió en nuestras calles alrededor del movimiento del 15-M; a pesar de lo cual nunca antes un político conservador, en España, había contado con un apoyo semejante. Luego llegaron la Reforma Laboral, la Ley Mordaza o el rescate bancario, al tiempo que se recortaban 65.000 millones de euros y se subía el IVA, incumpliendo una de las principales promesas de su propio programa electoral.

Dos años antes, en 2009, había explotado el caso Gürtel, y en 2013 fueron publicados en prensa los SMS que el entonces inquilino del Palacio de la Moncloa se había cruzado con Luis Bárcenas -en prisión-, entre los que destacaba uno con el texto: "Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos". Posteriormente explotaron otros casos de corrupción alrededor del PP, como Púnica, Lezo o Taula, además de todo lo relacionado con el señor Rato, haciéndose famosas dos frases del señor Rajoy al respecto de todo ello: "casos aislados" y "ese señor del que usted me habla".

Hasta que, de improviso, a mitad de este año 2018, el buen parlamentario -que es maestro en la retórica y el uso de la ironía- decidió abandonar el debate de su propia moción de censura para refugiarse en un restaurante cercano, dar buena cuenta de un solomillo de vaca gallega rubia y mantener una larga sobremesa con algunos de sus más cercanos colaboradores, observando, por televisión, lo que ocurría en el Palacio de Las Cortes ante su escaño vacío, con una botella de whisky encima de la mesa.

Más allá del voto del PNV a favor de la moción de censura, ¿qué es lo que ha llevado al señor Rajoy a favorecer la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno por esta vía, sin plantear su propio cese como solución a esta crisis? ¿Quizás mantener su escaño y el aforamiento a él vinculado? Aunque también es verosímil que haya optado por un ejercicio de pragmatismo político, priorizando entre los males posibles y antes de abocar a su partido a una contienda electoral con unas expectativas con grandes nubarrones en el horizonte, haya entendido que el gobierno de Pedro Sánchez pueda suponer una especie de prórroga en la legislatura, uniendo los intereses de los dos grandes partidos del llamado régimen del 78, con un suficiente margen temporal que pudiera servir para bajar la tensión vivida en los últimos tiempos en Cataluña.

Rajoy siempre ha entendido bien quién tiene el verdadero poder en las sociedades occidentales, y especialmente en España. Sus medidas políticas siempre han respondido a ese equilibrio del poder ejecutivo respecto al poder económico y quizás ahora siga haciendo lo que se espera de él, como el hombre de orden y previsible que le gusta ser reconocido.

Mariano Rajoy, sin rebelarse en exceso, ha pasado ya a la categoría de "jarrón chino" en argot hecho famoso por Felipe González, quien describió, con acierto, a los expresidentes del Gobierno: "Somos como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. No se retiran del mobiliario porque se supone que son valiosos, pero están todo el rato estorbando", y en los actos de estado ambos compartirán ese rol con Aznar y Rodríguez Zapatero.

Mientras tanto, el tiempo empieza a correr para Pedro Sánchez, camino de convertirse en el próximo "jarrón chino" de la colección, porque aunque alcanzar las propias metas personales es reconfortante, "lo peor de ser, es dejar de ser."

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