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El Parlament y el puente de Remagen
Miquel Iceta, en el Parlament, el pasado 5 de mayo. / ALBERT BERTRAN
Màrius Tàrraga Carmen
En marzo de 1945, los soldados aliados lanzaron su ofensiva final sobre Alemania. Un único puente se mantenía en pie sobre el Rhin: el puente de Remagen. Rápidamente, las tropas alemanas recibieron la orden de demoler el puente, pero por dos veces fracasaron. Enfurecido, el Führer ordenó fusilar a sus oficiales. Estábamos ante el apogeo de la guerra total, doctrina expuesta por Joseph Goebbels en el Palacio de los Deportes de Berlín tras la derrota de Stalingrado, a pesar que esa radicalización comportaba la destrucción misma de la sociedad germana.
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Hoy en día nos hallamos en Catalunya ante una confrontación eterna, con una rivalidad añadida y mal disimulada entre las fuerzas soberanistas, por demostrar quién es el más almogáver de todos, no sea que por el camino se les tache de botiflers o traidores a la patria. Solo así puede entenderse el humillante veto a Miquel Iceta como senador autonómico, una actitud sin precedentes en nuestra historia democrática, la cual provoca vergüenza ajena al escuchar las justificaciones de sus promotores (los mismos que votaron a favor de Xavier García Albiol, del Partido Popular, o de Lorena Roldán, de Ciudadanos, y en pleno 155). Parece que algunos prefieren enrocarse, vivir del conflicto permanente en sus lujosos búnkeres y no afrontar con valentía posibles soluciones.
Es la estrategia del "cuanto peor, mejor" que promovía Xabier Arzalluz, hoy abandonada incluso por los dirigentes del PNV, tal y como observamos en las declaraciones de su líder, Andoni Ordúzar, quien afirma que la opción de Iceta es una buena idea para poner en marcha una Cámara Alta "del acuerdo, el diálogo y la reconciliación".
La convivencia de nuestra sociedad está en juego. Debemos olvidarnos del conflicto permanente, la crispación y la actitud de dinamitar cualquier tímido avance de distensión. Y es que, lo que hoy necesita Catalunya, son muchos más puentes y menos trincheras.
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