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'Otra vida por vivir': "Un libro sin pretensiones, profundamente optimista, tremendamente humano"

Un joven en Tánger.

Un joven en Tánger. / EL PERIÓDICO

Como cualquier persona en algún momento de su vida, todos tenemos la necesidad de confesar circunstancias o avatares de nuestra vida. La última confesión que debo de hacer, de momento, es propiciada por la lectura de un artículo de Vargas Llosa, en el que detalla las peripecias vividas por un joven griego, Theodor Kallifatides, quien se vio en la necesidad de emigrar, escapando del caos existente en su país teniendo la suerte de llegar a Suecia, lugar en el que se asentó, creó una familia y desarrolló su verdadera vocación de escritor. Pero lo curioso es que escribía en sueco, hasta que, como a todo escritor, le llega su momento critico de bloqueo intelectual y carencia de ideas que plasmar en los folios.

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Ante esta penosa circunstancia, fue su esposa la que tomó la iniciativa y le propuso un viaje a su país, Grecia, y a su pueblo natal, Molaoi, una aldea en lo profundo del Peloponeso, siendo de esta forma el reencuentro con sus paisanos, con sus costumbres, la lengua de su niñez casi olvidada, lo que le condujo sin casi darse cuenta, a verse de nuevo sentado ante la máquina de escribir, superando el bloqueo traumático, redescubriendo su lengua, el griego.

Confiesa Vargas Llosa que el no puede sentir lo mismo de su pueblo natal, Arequipa, ya que con solo un año sus padres lo trasladaron a Cochabamba. Sin embargo, yo sí confieso que me he sentido profundamente identificado con ese joven griego, ya que al igual que él, siendo joven abandoné mi tierra, mi pequeño pueblo entonces, Santiago de Compostela, mi lengua natal apenas hablada y por supuesto no estudiada, por imposiciones políticas de la dictadura.

Siempre he pensado que ser ciudadano del mundo es lo mejor que le puede ocurrir a una persona para su correcta formación humanista e intelectual, enriquecerse de las culturas visitadas y vivencias compartidas; las fronteras son la fuente de los peores prejuicios, ya que enemistan a los pueblos y provocan estúpidas guerras. En definitiva, todos deberíamos ser ciudadanos del mundo, sin fronteras y con igualdad de derechos y obligaciones.

Todo esto tan solo se pone en peligro cuando los nacionalismos asoman su terrible cabeza, creando anacrónicas desigualdades de raza, de predominio intelectual de los nuestros sobre los otros: que si RH por aquí, que si ADN por allá... No es malo que añoremos nuestra lengua, nuestras costumbres, los amigos de barriada, los juegos infantiles de antaño, el colegio donde estudiamos y hasta los ritos familiares, pero ¡cuidado! Sí pueden ser verdaderamente peligrosos cuando se utilizan como armas contra otros semejantes.

De forma sencilla lo describe este joven griego en su libro Otra vida por vivir, libro sin pretensiones, profundamente optimista, tremendamente humano, que describe la inmigración y presenta el amor a lo propio, pero sin nada de patrioterismos ni sensiblerías.

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