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"No es que no me quede humanidad, es que no sé a quién dársela"

Abrazos gratis en la Rambla

Abrazos gratis en la Rambla / RICARD CUGAT

Luisa Vicente Santiago

"Soy musulmán y me dicen que soy terrorista. Yo confío en ustedes. ¿Confían ustedes en mi? Abrácenme".

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Es la plegaria de un joven que repartía abrazos en la plaza de la República de París en memoria de las víctimas de aquella cruel masacre terrorista en noviembre 2015. Aquel gesto espontáneo produjo, sin embargo, un muro infranqueable de desconcierto. El recelo por los sucesos vividos días antes paralizó durante mucho tiempo los abrazos y el sentimiento de la gente.

¿Qué ha pasado desde entonces? ¿Cómo ha cambiado nuestro día a día? ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?

De repente, la ciudad en la que viví tantos años ya no parece mi ciudad. Donde había parques verdes con gente cercana o parecida a mí, solo veo espacios diáfanos de cemento y mobiliario urbano de acero.

Dicen que es para evitar los robos y los desperfectos por actos vandálicos que se producen a menudo. Hay mucha gente, sí, pero son estatuas silenciosas, durmientes eternos por el consumo de opiáceos o el alcohol, o personas estresadas que no se detienen.

Los transeúntes, extraños que no conocíamos de nada, antes nos invitaban a un cruce de miradas, una sonrisa o a un saludo: Absortos frente a sus móviles, nos sobrepasan lentamente sin mirarnos.

No oigo un 'buenos días', un 'muchas gracias' o un 'adiós'. Cabizbajos, unos y otros escuchamos distraídos el eco de nuestros pasos. La sirena de una ambulancia, el lloro de un niño o el ruido de un coche nos sobresaltan. ¿Tenemos miedo?

Terrazas llenas de gente, pero vacías. Gargantas silenciosas como atrios de oración. Todo parece haber venido de repente, pero se ha ido gestando lentamente, sin darnos cuenta: nadie me avisó.

Perdida en la ciudad de siempre, ya no miro el cielo, y no es que no me quede humanidad, es que no se quién la merece ni a quién dársela.

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