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"Ni olvido ni perdono las muertes en las residencias"

La vacuna se nota en las residencias de Canarias: ni un contagio en una semana.

La vacuna se nota en las residencias de Canarias: ni un contagio en una semana.

Ha pasado menos de un año y casi nos hemos olvidado, a excepción de sus familias, de que 30.000 ancianos han muerto de manera escalofriante en sus residencias.

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El pasado 14 de febrero, el voto que cada ciudadano puso en la urna y que no fuera nulo, llegó a uno de los 9 partidos que forman el arco político. Dichos partidos aceptaron implícitamente que la autoridad competente en materia de Salud redactara el protocolo que prohibía a los que estaban en una residencia ser trasladado a los hospitales.

A partir de esa orden, los ancianos de Catalunya tuvieron que recluirse en sus centros sociales, que no sanitarios, por lo que fueron condenados a muerte. Sí, parte de aquella generación de hierro y manos de esparto, ya no está. Medias suelas en sus zapatos le dieron para andar un camino difícil en esta tierra. Pucheros de barro en su juventud, y platos de cristal sobre su mesa le sirvieron de poco. Vestirse con camisas de colorines a la vejez y de negro en su juventud, tampoco le dio muchas alegrías. La calefacción no le sirvió para quitarse los sabañones que tenía cuando llegó. Trabajó 15 horas al día para comprar un piso, y a los dos días de llegar a la residencia se lo okuparon. Daba a sus nietos 2 euros cada semana, el mismo dinero con el que pasaba todo un mes y encima ahorraba. Iba a trabajar con bocata de chorizo en papel de periódico, aquí comía sandwich con rodajas de tomate y salmón ahumado, y le diagnosticaron anemia.

El abrigo barato, pero calentito que su mujer le daba la vuelta para que durara más tiempo, uno de El Corte Inglés muy caro, nunca le quitó el frío. Aterrizó en Barcelona en un tren de tercera con bancos de madera y lo llevaron al cementerio en coche fúnebre. Llegó a Barcelona con maletas de cartón, aguantó la guerra civil, la posguerra y la dictadura, y no imaginó que encontraría la muerte en una residencia por la que pagaba 2.000 euros. Enterró a sus muertos a paletadas de llanto, y aquí nadie le lloró.

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