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Nadie es dueño del amanecer

 Amanecer en Barcelona.

 Amanecer en Barcelona. / ALFONS PUERTAS

Había una vez un guapísimo joven, una persona tan campechana y libre como su voluntad le permitía. Un buen día fue a darse un baño a la playa y, como por arte de magia, lo perdió todo, todo menos su talento. Se convirtió en un 'juguete' inteligente: si se le caían las lágrimas, alguien como tú se las tenía que enjugar; cuando sentía hambre, sin tu ayuda no podía comer. Su tristeza la metió en un saco muy, muy grande y la cambió por alegría, y la compartió con mucha gente como tú. No podía jugar, pero sabía cómo sacar una sonrisa del desconsuelo; se dejaba besar, vestir, acariciar...

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Aunque aquel día en que la magia le arrebatara el hechizo que hacía mover sus músculos, no le impedía apretujar con la mirada a quien como tú lo elegía como amigo, lo más simple, como rascarse cuando tenía un picor intenso, agudo, rabioso... se lo tenía que aguantar varias veces al día, lo que tampoco le impedía sonreír, él, aquel joven, descubrió con el tiempo que la felicidad se puede inventar de la nada, que el calor no solo proviene del sol, sino del roce afectuoso de familiares y amigos, y sobre todo, entendió que la vida es una fortuna si te olvidas de querer disimular la realidad. Moraleja: nadie es dueño del amanecer, solo es amo de cómo afrontar la adversidad.

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