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Nada es lo que parece, salvo aquello que no se duda

La noria del parque de atracciones del Tibidabo

La noria del parque de atracciones del Tibidabo / JORDI COTRINA

Allí abajo, en el fondo del camino, puedo ver mi sonrisa más noble, distorsionada, como los restos pegajosos del bocado de una nube de algodón dulce en las mejillas. En el transcurso de la fiesta, en el espacio libre entre las atracciones, se han visto saciados todos los deseos, al tiempo en que las decepciones han labrado el camino, y me han ido diciendo cuánto vale cada paso empleado hacia la noria. La única máquina perfecta, donde el disfrute es la contemplación de toda la feria.

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Tan imprecisa es mi memoria como una escopeta de balines, que por mucho que crea atinar algunas veces, en todas ellas el premio no es más que la suerte que una mano extraña ejerce a su voluntad, y hace del destino más cercano, un retroceso al justo espacio entre el ojo felino y el próximo mondadientes que dicte las dignidades. El trayecto es la construcción de mi sepultura.

Desde la primera palabra empleada para quebrantar el silencio, que hasta entonces únicamente el llanto y la risa delataban mi verdadero nombre, hasta la flor entregada por aquellos que, de mis actos, deduzcan la verdad más certera que defina mi tiempo en la fiesta. Los humildes, al fin y al cabo, no rozamos el mármol más que para el descanso. Lo que allí diga no corre de mi cuenta y hoy por hoy no espero más que fechas concretas y un solo verso silencioso que pronuncie la verdadera verdad, resultante del ejercicio de mis voluntades en la feria.

A estas alturas de mi vida, lo que sí puedo recordar son los esfuerzos y las dudas. Y un pasaje concreto que distorsionó todo el camino. Aprendí a nadar cuando ya no queda agua. En el barro es más difícil avanzar, pero lo hice varias veces, contraviniendo la voluntad natural de enterrarme bajo las humedades de mis propias desdichas.

Siempre ando sobreviviendo por mi cuenta, salvo aquella vez que anduve sostenido en tu mano varias vueltas imprecisas pero todas ellas en el cielo. Coincidimos en la noria en el medio de nuestro espectáculo. Nos ofrecieron la misma cesta y no rechazamos la oferta. Pudimos saborear de nuestros labios el dulce en las mejillas, acertar todos los palos y esculpir en el mármol nuestra dicha. Fueron seis vueltas hasta el quiebro de las bielas, que, sin avisar, como ocurre en toda vida, nos dejó colgados a nuestra suerte. Decidimos saltar, cada uno por su lado atendiendo al resorte del miedo. Cada uno por su cuenta sin contar que, desde entonces, ya no hay feria que alimente los deseos por carecer de aliciente. Así me veo hoy, sin ellos, vertidas todas mis aguas, tan seca mi charca de llanto que ni el barro me salva. 

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