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Mi querida segunda lengua

Un cartel rotulado en diferentes idiomas, en el centro de Barcelona.

Un cartel rotulado en diferentes idiomas, en el centro de Barcelona. / JULIO CARBÓ

Aunque nunca ha formado parte de mi más íntimo pensamiento, los acontecimientos dan a pensar que para muchas personas en Catalunya, el hecho lingüístico les condiciona o les enmarca su pensamiento más íntimo, aquel que les puede hacer sentir diferentes o mejores, a mi parecer equivocadamente.

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A título anecdótico, que no lo fue en su momento, les diré que como todos los de mi generación, durante nuestros largos estudios, nunca se nos permitió hablar y escribir en otra lengua que no fuera el castellano. Así nos lo impusieron y aunque pudiera ser incomprensible, nunca lo odié. Hoy, orgulloso, lo hablo y lo escribo con toda corrección, igual que lo hablaría y lo escribiría si a la vez me hubieran permitido aprender el catalán, como hubiera sido de justicia. Este hecho, muchos, demasiados quizás, desgraciadamente, nunca han cuestionado públicamente como deberían haber hecho.

Como maestro, sé de buena fuente que nuestros alumnos, por suerte, aprenden a utilizar las dos lenguas, y más si es posible, con la corrección que se requiere por el bien suyo y el de la convivencia.

He querido escribir en castellano por qué esta es y será siempre mi segunda lengua, pero no por ello menos querida, a pesar de todo. Invito a todos los que aman la lengua castellana apasionadamente como primera y que tengan por segunda el catalán, que lo pregonen sin rubor y con orgullo. Esta puede ser una manera de romper barreras idiomáticas, barreras que aunque invisibles, frenan uniones y son caldo de recelos y cultivo de desencuentros que los partidos políticos interesados aprovechan para llenar sus urnas con sus votos y así conseguir sus objetivos políticos, no siempre nobles.

Seamos inteligentes, no dejemos que el idioma nos divida, unámonos en lo máximo y especialmente en aquellos objetivos que nos dignifiquen, nos hagan más justos y mejoren nuestro bienestar personal y social. Siento la necesidad de decir que si alguien no ama a una de las dos lenguas, merece mi desconsideración, y si además la injuria o la desprecia públicamente, no merecería, si existiera, el distintivo de ciudadano de Catalunya.

Quiero acabar con un fuerte abrazo a todas y a todos los que en nuestra tierra hablan diferentes lenguas y las respetan.

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