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La madurez: el equilibrio que se está desequilibrando

Padre e hijo construyendo un muñeco de nieve, en Maçanet de la Selva.

Padre e hijo construyendo un muñeco de nieve, en Maçanet de la Selva. / JORDI RIBOT (ICONNA)

Cristina Casals Massó

En ocasiones, se habla de madurez frente a un adulto o un adolescente aduciendo que es inmaduro o por el contrario muy maduro, respectivamente. ¿Pero dónde están los límites en cada persona? La evolución psicológica de la persona está marcada por la afectividad de la infancia. En esa fase, la labor de los padres en el desarrollo de su razón y su voluntad es fundamental. La madurez debe encontrar un equilibrio entre los dos ingredientes de una persona: la cabeza (razón y voluntad) y el corazón (afectividad), y dicho equilibrio, a la vez, debería ser jerárquico, dado que la razón es lo que nos diferencia del resto de animales.

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En este proceso de maduración, es capital la educación del carácter que permite que la razón vaya ganando terreno a la afectividad, y en las etapas de la infancia y la adolescencia es cuando dicho carácter determina el tipo de personalidad del futuro de ese niño o adolescente. Lo que no se aprende de niño es más difícil aprenderlo de adulto. Este tema es importante dado que la sociedad actual tiende a regirse por satisfacciones, emociones e incluso rivalidades que llevan al menor a una desestabilidad que ni él mismo reconoce.

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