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"Los rencores entre líderes políticos acaban por convertir lo político en personal"

Combo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante el debate de investidura que se saldó con la segunda votación fallida para el socialista.

Combo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante el debate de investidura que se saldó con la segunda votación fallida para el socialista. / EFE

Que lo personal es político es una de las revelaciones que con más intensidad sacudieron la estructura política moderna, entendiendo ésta más allá de los límites de los parlamentos, los palacios presidenciales o los consejos de ministros. Por motivos que en retrospectiva parecen obvios, esta revelación se acuñó en el seno de las corrientes de pensamiento feministas que afirmaban la totalidad de lo social como un espacio conflictual y por ende político. Así, de la cita enunciada por Simone de Beauvoir hoy podemos concluir que la política es inherente al conjunto de nuestra vida, está presente en la forma en que nos relacionamos con los otros, en los empleos o en el desempleo, en las hipotecas, en las cocinas o en las escuelas, entre otros ejemplos.

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Sin embargo, en los últimos tiempos los políticos parecen haber emprendido un infatigable esfuerzo por alejar la política de la vida cotidiana a base de retóricas estériles que no suponen ningún aporte realmente útil a un debate exhaustivo, sosegado y fructífero respecto a los asuntos fundamentales que atraviesan la realidad social de nuestro país. Así a día de hoy la política se ha ido sustrayendo poco a poco de la ciudadanía al tiempo que ha sido absorbida por el Congreso, en el que ésta se ha reducido a un juego de tacticismos políticos al servicio de intereses partidistas dignos de los mejores jugadores de ajedrez, pero indignos de una clase política con conciencia del bien común.

Y es precisamente en el contexto de las exasperantes negociaciones de gobierno entre PSOE y UP que asistimos a la máxima expresión de la mala política, aquella en la que los debates no versan sobre los retos y necesidades que afrontamos como sociedad, sino aquella en la que la política se enajena de su deber ser para convertirse en un mero juego de poder en el que los rencores y animadversiones personales entre líderes políticos acaban por convertir lo político en personal.

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