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Los partidos políticos como élites oligárquicas

Los diputados socialistas y de Podemos celebran el decreto que permitirá exhumar los restos del dictador Francisco Franco.

Los diputados socialistas y de Podemos celebran el decreto que permitirá exhumar los restos del dictador Francisco Franco. / Mariscal (EFE)

Mario Martín

¿Cuantos políticos hay en España? Para la respuesta a la pregunta anterior no hay datos concretos ni estadísticas oficiales, sino únicamente aproximaciones. En una de ellas, el economista César Molinas y la abogada del Estado Elisa de la Nuez publicaron un artículo en el que estimaban que la cifra real podría estar entorno a 300.000 personas, entre la administración central y las administraciones autonómicas y municipales.

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Frente al cálculo de que en España hay 300.000 políticos en ejercicio, las bases orgánicas de las cuatro formaciones políticas con mayor apoyo social suman 421.800 militantes; es decir, solo hay un exceso del 30%, aproximadamente, de esos afiliados activos en relación a los políticos por designar en todo el país. Esas cifras comparadas explican bien lo que sucede cuando hay un cambio de color en el gobierno, sea cual sea la administración, con llegadas de nuevos ministros/as, consejeros/as, concejales/as, cargos de confianza, asesores, vocales en consejos de administración de empresas públicas, entes de todo tipo, etc.

Lo enfermizo del sistema es que esos nombramientos no busquen la excelencia de quien pueda desempeñar esos puestos ni la meritocracia de los posibles candidatos, sino exclusivamente que sean propios, cercanos y marcados de la cercanía del líder o del aparato del partido político de turno.

Los partidos políticos parecen comportarse más como agencias de colocación que como reductos de discusión y debate social, y eso es lo que mejor expresa la crisis del sistema de representación que vivimos, donde élites endogámicas controlan las formaciones políticas de espaldas a las verdaderas necesidades de la ciudadania, con el foco puesto siempre en el corto plazo, en una apariencia de cambio, como coartada de la estrategia de permanencia, siguiendo el principio del gatopardismo expresado por Giuseppe Tomasi di Lampedusa: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie", lo cual incluye la renovación de los liderazgos, previo casting controlado.

El político que aspirase a un cargo público para cambiar la sociedad, mejorándola, debería ser un profesional con una vida propia más allá de la política, que hubiera acreditado su capacidad en el mundo laboral y tuviera un prestigio por sí mismo, con un paso por la actividad pública temporal y siempre limitado, como máximo a dos mandatos o dos legislaturas, evitando que la gestión de los distintos gobiernos y responsabilidades quede ocupado por personas cuya única actividad, desde su juventud, haya estado vinculada a su partido político.

¿Alguien puede decir de alguno de los últimos presidentes del Gobierno de España, de Adolfo Suárez a Felipe Gonzalez, de Aznar a Zapatero, de Rajoy a Sánchez, incluyendo a Calvo Sotelo, que fueron los hombres más poderosos de España de su tiempo? Si su respuesta es no, ahí tienen la demostración de oligarquía que padecemos. Son simples instrumentos de un poder superior y si el momento pide másteres o cualquier otra cuestión, sus sucesores lo tendrán; mientras tanto no pierdan el tiempo ninguno de ustedes ni de sus hijos pensando que alguna vez pudieran tener un trato como el dispensado a Pablo Casado en su máster o Pedro Sánchez en su tesis. Faltaría más.

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