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Los límites de la discapacidad
Dos jóvenes con síndrome de Down atienden a los clientes de una panadería en Barcelona /
Ricard Cugat
Desde hace aproximadamente diez años he tenido el privilegio de asistir a una verdadera revolución en el entorno de las personas con alguna discapacidad. Uno de los logros más importantes ha sido el estudio y fomento de los centros especiales de empleo que permiten a miles de personas desarrollarse en el trabajo, ganarse la vida y, en fin, acercarse cada vez más a la normalidad y la vida plena.
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En estos diez años, he asistido a dos procesos de transformación fascinantes que me hacen muy feliz. El primero, el más importante, el de la generación de proyectos de excelencia pensados por y para personas con diversidad funcional que han demostrado con creces que la ociedad gana mucho si les permite participar de forma activa. El segundo, interno, comprender la gran injusticia que se comete cada vez que se etiqueta a una de estas personas y se le trata con condescendencia.
Nadie es capaz de hacerlo todo por sus propios medios. La sociedad se basa, precisamente, en que todos podemos cubrir las necesidades de alguien a cambio de que se cubran las nuestras. Debemos pues abandonar ya nuestros prejuicios y empezar a mirar de otra manera.