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"Los hospitales son una joya, el 46 aniversario de mi segundo nacimiento es una buena prueba de ello"

Unas copas de vino.

Unas copas de vino. / DANNY CAMINAL

Este año no he podido celebrar en un restaurante mi cumpleaños, ese que mucha gente me dice que estoy loco por celebrarlo, ese que llevo muchos años recordando con gusto. Hace 46 años estuve en el borde del precipicio, tan cerca que el primer día apareció un cura para perdonarme los pecados. Además, según los facultativos no duraría mucho, y en el caso de que aguantara, dos o tres años, sería siempre en la cama.

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Por eso un buen día comencé a celebrar mi segundo nacimiento. Tengo pareja, nuestro hijo y vivo una vida de lo más normal, incluso vivo en mi casa con vistas al mar; todo un empeño por seguir con normalidad por estos lares. Pero hay en mí, quién lo iba a decir, 46 cumpleaños de ver aquel túnel iluminado contándome mis andanzas, ese que se ve cuando estás cerca de las calderas de Pedro Botero. 

No pude salir a celebrarlo por culpa de un virus que afecta a nivel mundial; vamos, una sinrazón vivida en directo.  Sin embargo, mi cava y mis viandas preferidas no hubo covid-19 que me prohibiera compartirlas con mi pareja.

Un año más dejando en evidencia los comentarios sobre mí aquel año de 1974; para mi persona es un regalo cada día que despierto, y me es totalmente esencial describir que un hospital es la joya más preciada que tenemos, que las personas que hacen posible su buen funcionamiento no están obligadas a ello y menos cuando gente insensata se expone a un contagio grosero incumpliendo todas las normas.

Este año no fui a que me cantasen el cumpleaños feliz, era consciente del impacto inesperado producido por esta pandemia, pero celebro que aquel año del siglo pasado se equivocaran los facultativos en mi diagnóstico, y comienzo a vislumbrar que, si colaboramos todos, a este coronavirus lo dejaremos en pañales. Creo en la ciencia, y sin embargo el poder y el juicio están en el sentido común del pueblo.

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