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Las luces y las sombras del feminismo hecho 'show'

 PREMIOS GOYA 2018. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con abanicos.

 PREMIOS GOYA 2018. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias con abanicos. / JUAN MANUEL PRATS

El feminismo está en boca de todos. Tiene que estarlo, en especial si quien habla es un personaje público. La conversión de ideas políticas en estrategias de autopromoción nos viene de ese país al que inexplicablemente acabamos copiando todo como si todo fuera digno de admiración: Estados Unidos.

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En última gala de los Globos de Oro ya vimos que algo había cambiado. Y es que desde que Trump es presidente parece que cualquier acto público ha de convertirse en una reivindicación política; algo comprensible, por otra parte, considerando a dicho gobernante. Pero lo interesante es que el grueso de esas reivindicaciones, sobre todo tras los escándalos de abusos en Hollywood, ha confluido en el feminismo. En aquella gala, las invitadas vistieron de negro y fueron pocas las intervenciones que no denunciaron la desigualdad económica, política y social que todas sufrimos. Esa noche, algunas de las personas más famosas, adineradas e influyentes del país incluso llegaron a pedir la candidatura de Oprah Winfrey como próxima presidenta de Estados Unidos, después de su emocional discurso contra la pandemia machista.

Esta imagen, copiada, pegada y añadiendo un par de abanicos rojos, se repitió en los Goya. En el acto de este año se vieron intervenciones similares a las estadounidenses, contadas con mucho sentimiento pero con poca diversidad en los discursos. Ese es precisamente el peligro de la escenificación de cosas tan serias como la igualdad de género: la simplificación y masificación de las reivindicaciones.

Viviendo en la sociedad de la tecnología, de la autoescenificación y de la corrección política, tenemos que hacer aún mayores esfuerzos a la hora de recordar no solo que la protesta pública es necesaria, sino también que su realización conlleva trabajo y lucha continua. Las galas multitudinarias presentan una gran oportunidad para la visibilización y la denuncia social tanto por la influencia e importancia de los asistentes, como por la gran cantidad de gente que los escucha. Precisamente por ese motivo, y sobre todo cuando lo que se protesta es algo tan inaceptable como la desigualdad entre hombres y mujeres, se deberían aprovechar esos espacios para hacer una denuncia reflexionada, pedagógica y seria. Las consecuencias de no hacerlo y de limitarse a pronunciar eslóganes y frases estándar que ahora se ven en camisetas, únicamente consiguen que el público no sensibilizado con la causa feminista se atrinchere más en sus posiciones, que los que dicen estar algo sensibilizados aplaudan esas palabras y luego retomen su rutina dentro del heteropatriarcado sin reflexionar ni actuar, y que de los personajes públicos que se pronuncian se dude de si lo hacen por convicción, o por no ser 'los machistas de turno'.

El feminismo es más que un par de eslóganes para ganarse el afecto del público o para destacar en las redes sociales. Es más que la aprobación momentánea de la reivindicación. Naturalmente contiene todas esas cosas, pero también es un esfuerzo continuo de reflexión y lucha, de denuncia y de desaprendizaje de tantas prácticas que nos ha inculcado nuestra sociedad. Pero, sobre todo, el feminismo es una necesidad humana y democrática, y un movimiento esencial para conseguir una sociedad igualitaria.

Por eso creo que aquellos que tienen el enorme privilegio de tener voz y ser escuchados, tienen también la responsabilidad de intentar transmitir la urgente necesidad de cambio y que esta no se desvanezca cuando apaguemos el televisor.

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