Las independencias modernas

Las dos grandes guerras mundiales del pasado siglo, que deberían haber sido los últimos estertores del nacionalismo identitario y excluyente, supusieron un absoluto descrédito para la economía proteccionista que las alentó.

Todavía no había acabado la Segunda Guerra Mundial y la economía empezó a reordenarse. Los Acuerdos de Bretton Woods (1944), germen del FMI, del BM y de la OMC, pusieron las reglas del juego para la globalización capitalista. Por otro lado, la creación de la ONU (1945) y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) daban nuevas esperanzas para la aparición de un mundo más justo. Pero la pervivencia de las colonias era un anacronismo, una cuestión vergonzante que nadie quería reconocer.

Solo a partir de 1957, Ghana, y a regañadientes por parte de las metrópolis, comenzó el proceso de descolonización en África, que iba a suponer un abandono efectivo de los africanos a su suerte, mientras que los antiguos colonizadores se aseguraban la explotación de la riqueza natural, incluso ahora, con mano de obra más dependiente y barata que en épocas anteriores.

En otras colonias más alejadas del foco de la atención pública, el proceso fue aún más vergonzante. Hasta el punto que se ha hecho necesaria la intervención del Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas (TIJ) para paliar el injusto reparto que de las islas Mauricio hicieron en 1968 Reino Unido y los Estados Unidos, al conceder la independencia la República de Mauricio, privándole del archipiélago de Chagos (base estratégica isla de Diego García), expulsando por la fuerza a sus habitantes.