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Las cloacas y otras paradojas.

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, comparece ante los medios tras el Consejo de Ministros celebrado en la Moncloa, este martes.

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, comparece ante los medios tras el Consejo de Ministros celebrado en la Moncloa, este martes. / EUROPA PRESS / EDUARDO PARRA

Todos los partidos políticos han reconocido que el Estado tiene "cloacas" y supongo que deben ser muy necesarias para el gobierno de la nación, pues nadie ha propuesto que deban ser suprimidas o cuando menos sistemáticamente controladas por el poder judicial o por el Parlamento, solo por el Ejecutivo.

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Las cloacas más evidentes horadan al Ministerio de Interior, que ha adquirido dimensiones de megaministerio. Incrustado en todos los aspectos de la vida cotidiana española, gestiona los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado (Interior), las cárceles (Justicia) y la protección civil (Sanidad); controla la inmigración (Empleo y Exteriores) y las comunicaciones (Fomento); aporta fuerzas de intervención exterior (Defensa); atiende a las víctimas de delitos (Justicia y Servicios Sociales); regula el juego (Hacienda) y los espectáculos (Cultura); tiene un sistema de formación (Función Pública) propio e impenetrable. Parece una administración dentro de la Administración, sujeta solo a sus propias normas, y la constante demanda de colaboración ciudadana como su gran coartada democrática.

Descentralizados todos los servicios de atención al ciudadano (sanidad, educación, dependencia, justicia, transporte...), Interior es la mejor y única herramienta de la Administración Central para hacer política. Los otros ministerios van de comparsa, haciendo dejación de funciones, sin propuestas ni recursos suficientes para atajar los problemas. A lo peor, en nuestro imaginario colectivo, los españoles añoramos el orden policial de los 40 años de paz, aunque a veces huela mal. Lo saben y nunca forma parte de la campaña electoral, y eso que suele ser el Ministerio más mediático, pero es siempre un arma arrojadiza contra el Gobierno de turno. Extraña paradoja.

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