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La estupidez suprema y sin límites del ser humano
Christopher Kulish, fallecido en el Everest. / Mark Kulish / AP
José Manuel Fernández-Arroyo Castellano
La intrepidez (o estupidez) humana no tiene límites. Entre otros muchos ejemplos, basta con ver las imágenes del mayor colapso de la historia que originó hace unos días una recua humana de más de 200 personas durante horas para alcanzar la cima del Monte Everest, situación que se repite casi a diario en la temporada de escalada comercial en esa cumbre del Himalaya. En los pocos días de temporada del pasado mayo, fallecieron once personas en la cima más alta del mundo, víctimas de las aglomeraciones y las extremas condiciones. Esto no es alpinismo, ni deporte, sino un negocio puesto al servicio del turismo más temerario que ha convertido la vertiente sur del techo del mundo en un parque temático, y a su vez, en un cementerio.
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La pretendida aventura de cientos de personas se ha convertido en tragedia diaria por la falta de escrúpulos de quienes organizan tales expediciones, quienes dan cobertura a las ansias de protagonismo de una mayoría de intrépidos aventureros inexpertos que no les importa (o ignoran) las fatales consecuencias. Solo para hacerse un par de selfis que enviar a sus amigos y colgar en las redes, cual turistas en Benidorm o ante la Sagrada Familia. ¡Qué soberana estupidez!
La fiebre del selfi ha alcanzado la situación de pandemia en todos los órdenes sociales, en la que miles de personas arriesgan su vida (y las de otras) con tal de captar una imagen insólita para el recuerdo, el llamado selfi extremo.
Otros ejemplos de estupideces humanas son las milagrosas dietas de adelgazamiento, como la del sirope de savia o el método Dukan, entre otras; el alarmante aumento de aquellos padres inconscientes que se oponen a la vacunación de sus hijos, con el grave riesgo sanitario que ello conlleva para sus propios vástagos y el resto de la población, o la búsqueda a toda costa del reconocimiento social a través de las redes sociales, especialmente entre los adolescentes, con exhibiciones físicas incluidas.
Millones de habitantes de este planeta sucumben a las redes de innumerables sectas o comportamientos sectarios de toda índole: políticos, religiosos, identitarios, medicinales, nutricionales, estéticos, etcétera.
En definitiva, la estupidez suprema del ser humano es directamente proporcional al desapego a los valores propios de su existencia y lo aboca a su sinergia más negativa, o entropía social. Y lo más preocupante es que no tiene límites.
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