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La justicia en la España de la camisa blanca y la desesperanza

Fachada del Tribunal Supremo.

Fachada del Tribunal Supremo.

Pat Villanueva Pons

No se comenta, pero a mí me da la sensación de que la enfermedad es muy grave. En fase terminal, diría yo. Son demasiados los síntomas que asoman apuntando a una atrofia irreversible que le impide sostener con firmeza la balanza que ahora yace por los suelos. Asimismo se le ha desprendido la venda que cubría sus ojos sin haberlo advertido. Se ha quedado ciega.

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Metafóricamente, no podemos pensar de otra forma los pobres de a pie, a la vista de las sentencias que se pronuncian regularmente y ante las que, a nuestro 'juicio', no sabemos muy bien qué hacer: si empezar a correr o a llorar.

Cualquier togado al que se le ocurriera leer esto, me diría que soy un perfecto ignorante, y yo no le diría que no. Pero le recomendaría que no se pasaran de listos, pues si bien es verdad que la ignorancia no tiene límites, sí en cambio la tiene la paciencia. No fuera que de tanto forzar la maquinaria de la independencia del poder judicial, saltaran los fusibles y se quedaran a oscuras, solos y sin amigos.

Violadores, asesinos pederastas, estafadores, corruptos y un largo y desafortunado etcétera campan libremente a sus anchas gracias a un hábil abogado o un obtuso juez. Insólitas reacciones del Tribunal Supremo cuya sentencia afecta a la banca y que está ahora mismo en suspenso por falta de valentía y ecuanimidad.

Como diría Ana Belén, esta es la España de camisa blanca y desesperanza.

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