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"Solo huyendo de la autocensura lograremos que quien decida nuestro porvenir no sea ningún monstruo"

Trump, en el Despacho Oval, sujeta una carta que el expresidente Biden dejó en el escritorio para él. / EFE/EPA/JIM LO SCALZO / POOL
Hugo Scoccia
Los mismos medios y parte de la sociedad que naufragan en un mar de miedo y preocupación con la llegada de Trump a la Casa Blanca, y ahora ponen el grito en el cielo, han permanecido callados cuando otros malgobernaban y hacían de las suyas. La adoración a un líder y el dogmatismo provoca esto: la denuncia arrolladora hacia el peligro del adversario y la ceguera suprema hacia el de los suyos.
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Este es el gran problema de nuestros tiempos, la polarización, que nace cuando los supuestos moderados dejan de ser honestos política e intelectualmente; ahí surgen los tiburones que se apropian de problemáticas y las llevan a su propio terreno moldeándolas a placer. El auge de los extremos es tan solo la reacción natural ante la ausencia de altura y exigencia politica de los medios y políticos; los extremos no se encuentran solo en personajes etiquetados así frente al mundo, los extremos también se encuentran en lobos escondidos bajo pieles de cordero protegidos en el escondrijo de lo políticamente correcto y la retórica limpia y plana.
¿Acaso todo aquel que financia guerras o encubre corruptelas, entre otras cosas, no lo es? Obama y Biden, en sus mandatos, han hecho precisamente esto bajo el visto amable de gente que hoy se indigna por la llegada de un supuesto monstruo destructor. No se trata de ir con unos o con otros, se trata de denunciarlos a todos. Esta es la única manera de encauzar la situación.
Pensar que 77 millones de estadounidenses son estupidos es insolente; lo que ocurre es que mucha gente ve como su vida de hoy es peor que la de ayer por mucho que gobiernen esos supuestamente buenos. Es gente que, asqueada, pretende llevar a cabo eso que predicaba el futurismo: destrozarlo todo para volverlo a construir.
La desesperación arrastra al humano a esos lares y lodazales. Solo desde la profundidad política y de los debates públicos, huyendo de la autocensura, conseguiremos que quien decida nuestro porvenir no sea ningún monstruo.
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