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"Han pasado los años y continúo necesitando una madre"

Cristina Martínez Granel

En mi cama, debajo de las sábanas, totalmente cubierta, hecha un ovillo y dolorida, intentaba que no se escucharan mis lágrimas, no  moverme, casi ni respirar, por si me oías y volvías, para decirme algo, que yo, tan niña no hubiese hecho bien, y allí temía que me arrancaras las sábanas, esas que eran mi refugio, que me las quitaras para decirme a golpes lo que había hecho mal. El silencio me ayudaba a dormir, contando siempre hasta diez y volviendo a contar, y al fin contando y en silencio, me dormía.

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Las mañanas para mi eran un nuevo empezar, era decirme que lo haría todo bien, todo perfecto, que cerraría los cajones con cuidado de que no hiciesen más ruido del necesario, que no salpicaría el espejo del lavabo con gotitas de agua, al lavar mi carita de niña, que la toalla quedaría perfectamente colgada, que mi habitación estaría recogida, sin ningún rastro de mis pinturas y mis dibujos, sin ninguna mancha en el escritorio.

Un cuerpecito de siete añitos que afrontaba su día, con cautela, intentando que no te alterases, que nada pudiese trastornar tu día. Pero siempre algo se me escapaba, algo me olvidaba, algo hacia mal. Sí, quizás lo que hice mal fue nacer, esa frase que siempre escuchaba de ti, que precedía todo lo demás, todo lo que arrojabas sobre mí.

Al  volver del colegio, llamar al timbre me producía una corriente eléctrica que me erizaba la piel. Contenta con mis recortes y  manualidades para ti. Algo siempre presagiaba la tormenta. Por el camino pensaba como te habría ido la mañana o la tarde, como siempre pensando, en ti, olvidándome de mí.

Abrías la puerta, te daba un beso, te alargaba mi manita con mis recortes y manualidades, te limitabas a decir “molt maco”. Tu tono presagiaba la tormenta. Algo había hecho mal. Un terrible tirón de pelo, me arremetía contra la pared, luego seguían los insultos y  vejaciones verbales, que eran habituales, al tiempo que cubría mi cabeza con mis brazos, para evitar los golpes, contando hasta diez  para ver si pasaba, pero no, no pasaba. No tenía escapatoria, el palo de la escoba golpeaba mi espalda, entre golpe y golpe, tirón de pelo, insultos, yo contaba hasta diez e intentando pensar qué hice mal, repasando mi día. Cuando por fin se terminaba, cuando salías del lavadero, y dabas la orden de “a la teva habitació”. Allí encontré encima de la cama, mi error, una libreta olvidada encima de la silla de mi habitación, donde con letra de niña aplicada, en un rinconcito de papel, había escrito “m’agradaria tenir un altre mare, una mare com  la de la meva amiga”.

Ahora, cuando toda mi vida ha estado condicionada por esos instantes, por ese monstruo en el que te convertías de repente, ahora a tu edad, no recuerdas nada mamá, por esa demencia que te ha traído la vida, no recuerdas.

Como siempre ha pasado la tormenta, pero yo he vivido cuarenta y nueve años en una tensa calma llena de inseguridad. Es cierta la frase “lo que no acabó conmigo me hizo más fuerte”, condicionada a querer, pero fuerte. Los rencores no sirven de nada. Los rencores te acercan al dolor. Han pasado los años y continúo necesitando una madre. Como eres tú, la que tengo, no te juzgo, ni te culpo, fue así y ya está. Pero sigo teniendo los ojos tristes de esa niña en calma tensa.

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