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"Las guerras siempre las perdemos los mismos, hasta que algún día las perdamos todos"

Tanques rusos destruidos y personal armado cerca de la ciudad de Izium, en Ucrania.

Tanques rusos destruidos y personal armado cerca de la ciudad de Izium, en Ucrania. / IRYNA RYBAKOVA / UKRAINIAN ARMED FORCES / REUTERS

Lo cotidiano es la suma de hechos que ocurren a nuestro alrededor casi todos los días, a los que acabamos acostumbrándonos. La guerra de Ucrania es ya cotidiana. Hemos visto miles de vídeos y de fotos, leemos sesudos análisis militares, económicos, geoestratégicos… La propaganda nos permite conocer algún nombre propio de los protagonistas en el frente o la retaguardia, pero en general no tenemos ninguna referencia de esos hombres y mujeres que se matan entre sí. Provocando muerte y más muerte, todos los días, ejercida por quienes consiguen la ventaja suficiente para matar, y que nunca se preguntan quién se la ha otorgado, porque creen merecerla y les basta.

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Las víctimas más numerosas son civiles ucranios y rusos que, devorados por el conflicto, mueren o desaparecen anónimamente, olvidados por lo abrumador de las cifras -100.000 ucranianos dicen haber matado los rusos, 60.000 rusos dicen haber matado los ucranios-, y por la premura de sus compatriotas por seguir viviendo.

No podemos renunciar más veces a la memoria, repetir los mismos errores, pensando que ahora, por fin, vamos a ser los vencedores de una guerra “necesaria y noble”, la guerra final que podrá ser olvidada porque dio lugar a la “libertad duradera”. Las guerras, de aquí y de allí, siempre las perdemos los mismos, hasta que algún día las perdamos todos.

Pero además está la muerte silenciosa, la de todos los días, la que quita valor a la vida humana cuando no es productiva, cuando no sirve para competir en el mercado globalizado de bienes y servicios. Y todo en nombre de la libertad... para imponer mis privilegios sobre los demás.

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