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Gracias por cuidarnos, yaya

Nuria Prats

Me resulta imposible concebir mi infancia, lejos de la casa de mis abuelos allá en la calle Indústria de Badalona. Con el paso de los años me he dado cuenta de que mi hermana Montse y yo fuimos realmente felices, aquellos años en los que siendo muy pequeñas nos lo pasábamos bomba jugando con cualquier tontería, no como hoy en día, cuando los niños prácticamente ni se ven eclipsados por los videojuegos y las redes sociales. Nuestra yaya jamás lo tuvo fácil en su vida,  entre otros motivos porque mi bisabuela la sacó del colegio siendo apenas una niña, para ponerla a trabajar en los telares. Con su tesón, ella solita aprendió a coser y con ello a hacerse sus propios vestidos, que ya es mucho. Vivir en una dictadura, como es el caso, tampoco facilitaba las cosas.

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Ella siempre hace hincapié en que los días más importantes de su vida fueron aquellos en los que nacieron sus hijos, sobre todo su bolita, que es la forma con la que nombra a mi madre. Su peor momento fue  la enfermedad de mi tete, que tras muchas visitas a médicos de todo tipo no supo qué enfermedad tenía hasta que en el Hospital del Vall d'Hebron un tal doctor Alegre, que por entonces empezaba, le dijo que tenía artritis reumatoide juvenil, o enfermedad de Still. No se acabaron aquí las desgracias para ella, ya que en 1998 me diagnosticaron un trastorno bipolar y en el 2002 una esclerosis múltiple. Cuando parecía todo tranquilo, llegó lo peor: el Alzéihmer de mi abuelo que le duraría muchos años hasta que finalmente pudo descansar en paz. Yaya, con esta carta solamente te quiero dar doy las gracias por cuidar de todos nosotros, y en especial de mí.

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