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El fútbol atraviesa corazones, nos polariza y nos transforma

Stuani cabecea junto a Íñigo Martínez.

Stuani cabecea junto a Íñigo Martínez. / ICONNA / JOAN CASTRO

Joan Celma Giménez

Pocos fenómenos afectan tanto a tantas personas como este.

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El fútbol, como pocas cosas, da felicidad o la quita de un día a otro. Los más primarios instintos afloran en personas que sabemos sosegadas e inteligentes, transformándolas en Dr. Jekyll y Mr.Hyde. Jugadores, entrenador o presidentes pasan en 90 minutos de héroes a villanos o viceversa.

Este deporte ha evolucionado, pero las raíces son las mismas. Esa observada esfera, la cual impulsada en su giro gravitacional da al palo o entra o no entra y que salva o castiga la temporada, marca la diferencia.

Hoy lo muestra el valor de cientos de millones de euros de las megaestrellas, con goles que valen doble, árbitros indecisos y por fin el VAR, todo inserto en el gran negocio de la UEFA, La Liga, el fútbol de pago, apuestas y anuncios reiterativos y el posresultado con tertulias televisivas estridentes y forofas de parte, con escarnio o elevación del sujeto jugador o entrenador al cielo o al infierno, inundando pantallas y portadas periodísticas. Después toca el gran o maldito lunes, eufórico o depresivo, de ilusión o desesperación... El amor versus el desencanto.

Recuerdo, desde mi juventud, como en la fuente de Canaletes iban los barcelonistas a celebrar las victorias o a romper los carnets, en aquel Barça sufridor donde participaba con una bufanda blaugrana transformado y absorto por el momento de suma felicidad o máxima tristeza.

¿Cómo puede ser el fútbol tan importante?

Hoy me intento aplicar psicológicamente el principio de la relatividad...pero el fútbol no es un simple juego o ley gravitatoria, es un fenómeno social y global que nos afecta.

Fútbol es sentimiento e identidad, y por eso no tiene justa medida.

 

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