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En defensa de los funcionarios

Manifestación de funcionarios contra los recortes del Gobierno de Rajoy.  

Manifestación de funcionarios contra los recortes del Gobierno de Rajoy.   / MIGUEL LORENZO

Dos noticias llegan a mí con pocas horas de diferencia. Casualidad o no, se relacionan con lo mismo y por tanto, engarzadas, tienden a considerarse parte de lo mismo, de manera que una puede alimentar a la otra como argumento demoledor. La primera es que se percibe hacia la Administración pública, por parte del ciudadano medio, un retardo en la resolución de sus trámites habituales. Las colas son más largas y tediosas, etcétera. Convengamos que, a falta de rigurosos estudios, cronómetro en mano, es una valoración subjetiva, como si dijéramos que este año llueve más que en el 96. La noticia en los medios se adorna con opiniones a pie de calle en las que no puede faltar el típico que dice que los funcionarios, en lugar de atender al público, están tomando café.

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Tópicos aparte, conviene subrayar lo que sí es un hecho: que la tasa de reposición de los trabajadores públicos es mínima, de manera que en unos pocos años ha caído el personal en un porcentaje notable. Además, la renovación del personal acarrea derivadas como el refresco en cuestión de aplicaciones tecnológicas, métodos, etcétera. No se necesita ser muy inteligente para comprender que la exasperante lentitud burocrática de muchos casos no se debe a la pintoresca imagen del empleado tomando café, pausa que, por otro lado, es un derecho recogido en variados estatutos. Más bien se puede afirmar que la intención de dejar morir a las administraciones viene de arriba, de mucho más arriba, hay que señalar hacia los políticos y sus amos. Reducir el personal administrativo es un ahorro simple para que las cuentas cuadren. La gente debería ser consecuente con lo que vota. ¿Quieren menos funcionarios? Pues hagan colas, señores. Esperen sentados a que la policía llegue al atraco, si es que tiene gasolina para ello y no comparte cartuchos de pistola. Aguarden a la parca mientras revelan su contraste de médula. Den por perdida su demanda, plagada de hongos desconocidos en un macilento sotanillo… y así hasta el final. Por ejemplo, algunos polideportivos madrileños, otrora radiantes templos del deporte, son hoy instalaciones de un país en guerra. Es solo un caso, hay más. No merece la pena extenderse en describir la escasez de imaginación de quienes administran nuestros destinos: los de la infantería ciudadana.

La segunda noticia denunciaba una celebración con bailarina con motivo de la jubilación de un funcionario. No deja de ser una anécdota para que echemos unas risas, un acto de mal gusto de cuatro gamberros y algunas copas de más. Pero una golondrina no hace verano, piensen en ello cuando les vayan a poner la anestesia, o cuando un agente tenga esposados a cuatro yihadistas en el suelo, o cuando todos los datos de su vida laboral emerjan de repente y se le asigne una pensión. Detrás de todas esas cosas hay la voluntad sumada de muchos y una estructura posiblemente mejorable e indudablemente necesaria. La casuística de un hecho como ese no debe avalar ciertos debates. Si alguien imagina a los funcionarios haciendo orgías mientras los papeles languidecen en montañas salpicadas de vino es que se está saltando la medicación o necesita ver menos tele. Los ciudadanos tenemos una responsabilidad, cada tanto aparecen individuos que tiran a bulto para lanzar el bulo de que sobran medio millón de funcionarios: estamos en ello, desde que lo oí por primera vez hasta hoy la cifra se redujo en más de cien mil. Solo una cosa: las colas las harán ustedes. Y yo. No lo duden.

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