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Fuego amigo

Mario Martín

“Al, suelo que vienen los nuestros”, esta vieja y conocida frase pudo ser comentada entre los muros del Palacio de la Moncloa cuando llegaron hasta allí los ecos de los detalles de la ‘Operación Monti’, diseñada desde dentro del propio PP, con la vista en retener el poder apoyados en los 123 escaños obtenidos el 20-D, pero pasando página sobre la amortizada figura de Mariano Rajoy, entre corrupción y recortes.

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La ‘Operación Monti’ debía su nombre al hecho de situar en la presidencia del Gobierno a una especie de tecnócrata, en similitud con lo ocurrido en Italia con Mario Monti, y quien mejor, en España, que quien fue compañero laboral de este en Lehman Brothers, Luis de Guindos. Mientras que José Manuel Soria se haría cargo del aparato del PP en la calle Génova, ya que aquel continua sin ser afiliado popular, lo cual, en este momento, le podría otorgar una cierta imagen de independencia que, junto con los contactos que ha sabido tejer en Bruselas, le avalaría para llegar a ser sugerido a Felipe VI como una salida del laberinto político actual, compensando a De Guindos de la gran decepción sufrida al no ser designado presidente del Eurogrupo y no haber sido ser capaz de desalojar del puesto a Jeroen Dijsselbloem, a pesar de la promesas de Rajoy vía Merkel.

Pero la venganza es un plato que se sirve frio y 'Los Papeles de Panamá’ situaron a José Manuel Soria en un lugar incomodo ética y moralmente, aunque no calificado en sí mismo como delito en sentido estricto, pero del que este intentó evadirse con justificaciones e inexactitudes que una a una, poco a poco y filtración tras filtración, en oportuna secuencia, derivaron finalmente no solo en su renuncia al cargo de ministro de Industria de España, sino a su escaño como diputado y a su baja como militante popular, lo cual le permitirá, ahora sí, volver a dedicarse a sus “negocios familiares” de comercio internacional a través de sociedades “offshore”. Qué liberación para él.

Es fácil imaginarse a Soria en las próximas semanas o meses, navegando cerca de sus queridas costas canarias, intentando identificar en qué momento perdió la confianza de Mariano, aunque él pensará que sin Soraya de por medio nunca se hubiera roto aquella química personal de las conversaciones privadas con el presidente de Gobierno ante los atardeceres del archipiélago en las que, incluso una vez, le llegó a diseñar el boceto de un consejo de ministros con él como vicepresidente económico. Qué lejos quedaba ya aquella época en la que trabajó su innegable parecido físico con José María Aznar, bigote incluido, para posteriormente llegar a ser, hasta hace pocos días, de los más cercanos “marianistas”.

Todas las batallas en política son peligrosas, pero ninguna tanto como “el fuego amigo” que tan bien explicaba Winston Churchill, rememorando su primera llegada a la Cámara de los Comunes del parlamento británico, cuando mirando al frente, a los asientos ocupados por los miembros del partido laborista, preguntó: “¿Así que aquellos de allí son nuestros enemigos?”, a lo que un veterano diputado conservador, sonriendo, le replicó: “No, no, que va jovencito. Ahí se sientan tus rivales, tus enemigos están aquí detrás”. Experiencia que, aunque ya conocía, ahora ha vivido en carne propia José Manuel Soría, ex ministro del gobierno de España, ex diputado, ex alcalde, ex presidente regional, y ya, también, ex militante del Partido Popular.

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