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La fealdad y el mal gusto, estigmas de nuestro tiempo

Edificios en la zona de Diagonal Mar de Barcelona.

Edificios en la zona de Diagonal Mar de Barcelona. / ARCHIVO / FERRAN NADEU

Cuando uno contempla detenidamente la estética de nuestro atolondrado tiempo y la compara con la serenidad, la belleza y la naturalidad de tiempos pasados, no deja de sentir nostalgia y al mismo tiempo tristeza, decepción e impotencia.

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Casi todo a nuestro alrededor, y me refiero a aquello que es creado por la mano del hombre, adolece de buen gusto y atención por la estética. Y no me refiero solamente a la estética de las cosas importantes, como el terrible impacto visual y medioambiental que la especulación urbanística ha causado sobre los núcleos urbanos y la naturaleza, con edificaciones desmesuradas de una fealdad que hiere, o los agravios cometidos contra el arte, ultrajado con numerosas y lamentables ocurrencias, sino también a lo que afecta a nuestro entorno cotidiano.

Diría que una gran mayoría de productos de consumo o de la propia estética personal ofenden a nuestros sentidos; desde un simple accesorio para el hogar (una lámpara, un suvenir, un mueble...) hasta la propia indumentaria personal o de uso diario (un vestido, un casco para la moto, un peinado, un tatuaje...). Desde una perspectiva frívola, estas trivialidades pueden hacernos reír, pero toda esta fealdad va calando en nuestro subconsciente con intensidad y prodigalidad, pervirtiendo nuestro gusto innato y estableciendo así el estigma de nuestro tiempo del que ya ni nos percatamos. Sin duda también se crea belleza en el presente pero lamentablemente es tan escasa, que queda eclipsada ante la abrumadora y masificada fealdad y el imperante mal gusto.

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