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Extrema derecha: ya están aquí los apóstoles de la deshumanización

El presidente de Vox, Santiago Abascal, en una rueda de prensa en Sevilla, el pasado 3 de diciembre.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, en una rueda de prensa en Sevilla, el pasado 3 de diciembre. / EUROPA PRESS

Jesús Pichel

Lo empecé a sospechar en enero de 1981, cuando aquel actor mediocre de Hollywood fue elegido Presidente de los Estados Unidos, pero ya no me cabe ninguna duda: están aquí, a nuestro lado, infiltrándose en todos los recovecos del poder. Perfectamente mimetizados, a simple vista no se les puede reconocer, parecen tan humanos como cualquiera de nosotros. No son verdes, ni tienen el dedo meñique tieso, ni la cabeza apepinada, ni son enanos de piel gris y enormes ojos, qué va.

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Ya sabíamos de dictaduras y dictadores, de izquierda y de derecha; de iluminados salvapatrias que solo buscan perpetuarse y santones salva-almas mandando al matadero a sus fieles; de psicópatas variopintos con poder en cualquier tiempo y en cualquier lugar. La lista sería interminable. Pero esto es otra cosa.

Por eso insisto: ya están aquí, en cualquier país del mundo. No hay duda. En América, el Trump del America first, o el Bolsonaro del  Brasil por encima de todo; en Europa los Salvini, Orbán, Le Pen, Nagel, Strache, Wilders, Kaczynski, Michaloliakos, Abascal, comandando a quién sabe cuántos otros alienígenas, apóstoles dispuestos a deshumanizar del todo lo poco de humanos que aún nos queda. No tienen superpoderes, pero cada día tienen más poder.

Y no han venido en platillos volantes, no, sino en volandas por los votos de quienes creen defender sus intereses inmediatos olvidando el pasado más tenebroso del siglo pasado. El método lo aprendieron de sus parientes ideológicos de la Italia de 1921 o de la Alemania de 1933, aupados por el sistema que pretendían destruir y destruyeron, como esas larvas que se incuban en un cuerpo ajeno del que se alimentan hasta consumirlo desde dentro.

La Europa democrática y solidaria del Estado Social, poco a poco se va convirtiendo en supremacista, perdiendo su identidad con la excusa de preservarla, institucionalizando todas las fobias de la demagogia ultranacionalista más primaria y del patriarcado más rancio y beligerante. Están aquí, sí, frotándose las manos.

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