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Eutanasia: ser dueños de nuestra propia buena muerte

Concentración a favor de la eutanasia en el Congreso de los Diputados

Concentración a favor de la eutanasia en el Congreso de los Diputados / JOSÉ LUIS ROCA

Jesús Pichel

Todos los seres vivos mueren, pero, que sepamos, solo los humanos somos conscientes de nuestra mortalidad. Sabemos que, tarde o temprano, moriremos; que nuestra vida será corta o larga, feliz o infeliz, pero que inevitablemente terminará; que habrá un año en que nuestro calendario particular tendrá menos días. Es una certeza.

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Si la muerte de quienes amamos nos produce un profundo dolor que inevitablemente reclama duelo, en buena medida depende de nosotros mismos cómo enfrentarnos a nuestra propia muerte para que sea buena: si con resignación o con valentía, si con temor o con serenidad, si con la esperanza de eternidad o con aceptación de la finitud. En eso consiste la eutanasia, la buena muerte.

Para los que tenemos una vida razonablemente grata que trascurre con los altibajos de la normalidad esperada, porque ningún sufrimiento insoportable propio o ajeno nos devora, es fácil decir sí a la vida. Pero ni siempre ni en todos los casos es así. A veces el sufrimiento puede ser tan insoportable para alguien que le borre cualquier deseo de vivir y la muerte se le presente como una liberación, como un decir sí al descanso en paz. Cuando el dolor insoportable desespera, quizá la única esperanza sea la muerte pronta.

Las enfermedades graves actualmente incurables son despiadadas con quienes las sufren y con quienes los acompañan, pero algunas son especialmente crueles cuando el dolor intenso no cesa y la invalidez paraliza el cuerpo, pero no precipitan la muerte prolongando un sufrimiento inútil.

Conmueve y asusta imaginarse en el lugar de Ángel, que ha sido las manos que su mujer, María José, no podía mover para quitarse la vida; que ha puesto su voluntad al servicio de la voluntad de ella; que en un paradógico acto de amor ha aceptado el dolor de perder a quien ama para terminar con su sufrimiento. Soy incapaz de ponerme en su lugar sin quebrarme.

Nadie es dueño de su nacimiento, nos nacieron, pero todos deberíamos poder ser dueños conscientes de muestra propia buena muerte.

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