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La ética nos obliga a dejar un mundo mejor que el que encontramos al llegar

Manifestación contra el cambio climático en Barcelona.

Manifestación contra el cambio climático en Barcelona. / LLUIS GENE (AFP)

Con las manifestaciones de jóvenes, que hartos de la inacción de los gobiernos siguen el audaz ejemplo de la adolescente y activista sueca Greta Thunberg, escucho indignado a la caverna mediática, financiada por el poder, aseverar que "alguien debería decirles que lo que piden tiene un coste".

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Sí, señor. Muy currado el argumento. ¿Y qué costará la inacción? ¿Cuántos millones de seres humanos morirán antes de poner remedio? ¿Cuántas especies más desaparecerán del planeta? ¿Cuántos conflictos provocarán los desplazados climáticos? ¿Cuántas hambrunas? ¿Cuánto sufrimiento generará la dilación en la toma de decisiones drásticas?

Aunque los poderosos paguen esbirros para desinformar y mantener sus privilegios –no creamos que por vivir en el primer mundo nos libraremos–, la ONU ya ha alertado de que el futuro es muy incierto para toda la flora y fauna que habitamos este planeta.

Estamos de paso, y no por eso podemos despreciar el mañana ni esquilmar la Tierra que heredará la juventud agravando un desolador ecocidio que nos abocará a la extinción. La ética nos obliga a dejar un mundo mejor que el que encontramos al llegar, y así debe hacerlo cada generación. Con extrema urgencia, aún se podrían mitigar sus devastadores efectos.

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