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¿Es posible un debate lingüístico razonable?

El patio de una escuela de Barcelona.

El patio de una escuela de Barcelona. / ALBERT BERTRAN

En Catalunya, mentar la lengua es aludir al demonio, desde hace décadas. Cualquier aspiración a un debate lingüístico razonable es conjurada como un ataque injustificado, una ruptura del mal llamado ‘consenso catalanista’. No está de más recordar que el tal consenso nunca ha existido y ha sido más una imposición de la ideología nacionalista al ámbito de la lengua, que el fruto de un debate razonable. La segunda ley de normalización lingüística hizo del uso de catalán el ‘preferente’ (único) en la administración de la Generalitat y ‘vehicular’ (único) en la enseñanza. Se optó por un modelo de lengua única para una sociedad bilingüe, no sin polémica. Y la mitad de la sociedad calló y dio su asentimiento. Pero no es el único modelo posible y está por demostrar que sea el deseable.

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Se da la paradoja de que nuestro DNI y nuestro pasaporte, así como las notificaciones que recibimos de Hacienda y de la Seguridad Social, son bilingües. En cambio, todas las comunicaciones que recibimos del ámbito educativo o administrativo de la Generalitat están exclusivamente en catalán. A menudo me encuentro en la tesitura de tener que explicarle a un cliente, por su edad o su nivel educativo, el contenido de una multa de tráfico que ha recibido del Servei Català de Trànsit o de una notificación de la Conselleria de Benestar Social. A más de la mitad de la población, la de origen más humilde, se les ha restringido sus derechos lingüísticos, no porque sea técnicamente complejo, sino por decisión política. Se ha eliminado así el castellano de la administración pública catalana.

¿Otro modelo es posible y razonable? Si partimos de la pura realidad social que se constata regularmente en las estadísticas de uso social de la lengua del Idescat, no podemos más que comprobar que Catalunya es bilingüe, esencialmente bilingüe. Y ese bilingüismo no supone ningún peligro para el catalán, sino más bien una riqueza intrínseca de nuestra sociedad. Si logramos afrontar sin prejuicios ideológicos -identitarios- la realidad social de Catalunya, podremos plantear el debate sobre la lengua en un marco más razonable. El único requisito indispensable para este nuevo debate sería el respeto por la diversidad lingüística y su consideración como riqueza intrínseca de nuestra sociedad, no como un mal a evitar.

Desde esta perspectiva, podemos exigir, sin generar polémicas estériles y sin que nos acusen de enemigos del catalán, que el bilingüismo forme parte de nuestra administración y de nuestro sistema de enseñanza público de forma absolutamente normalizada. Dado que lo anormal es el modelo actual, que excluye una lengua pública. Solo pedimos respeto y normalidad.

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