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El drama de la inmigración: Rescatar, sí, y proveer después

Un miembro de Open Arms abraza a Josephine, una mujer camerunesa conmocionada por pasar varios días abrazada a un trozo de madera y rodeada de cadáveres tras el naufragio de la patera en que viajaban.

Un miembro de Open Arms abraza a Josephine, una mujer camerunesa conmocionada por pasar varios días abrazada a un trozo de madera y rodeada de cadáveres tras el naufragio de la patera en que viajaban. / JUAN MEDINA (REUTERS)

Hace meses y años que asistimos a la tragedia del Mediterráneo. Vemos imágenes que nos impactan y nos recuerdan que eso continua sucediendo. Pero la Comunidad Europea es incapaz de acordar una solución. Lo principal es salvar las vidas de esa pobre gente que huye de sus países por el hambre, las guerras o la inseguridad, pero a la vez hay que pensar en su futuro, en cómo gestionaremos que esa esperanza no se convierta en frustración rabia.

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No todos vienen con las mismas expectativas; hay quienes vienen para salvar su vida y otros para intentar mejorarla. Hace unos días me llamó la atención la imagen de unos jóvenes que habían llegado en patera a las costas andaluzas. Lucían unos peinados parecidos a los de los astros de fútbol, su mirada no era como la de la Josephine, la mujer rescatada por Open Arms, que reflejaba todo el horror vivido, la suya era una mezcla de ilusión e incertidumbre. A todos ellos habrá que atender e intentar que tengan una vida digna, exactamente igual que a todos los ciudadanos nacidos aquí. Porque, si no, esto puede ser una bomba de relojería. Rescatar, por supuesto. Pero proveer el día después es urgente e indispensable.

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