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Donde no hay justicia, no hay paz, y Pere Casaldàliga dedicó su vida a remediarlo

Pere Casaldàliga.

Pere Casaldàliga. / El Periódico

Es muy fácil hablar de hambre con el estómago lleno. Es muy sencillo comentar el poder aprisionador de una cadena cuando no se está atado a ella, y tambien sería elemental hacer un comentario acerca de las necesidades más elementales de los desfavorecidos.

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El sacerdote y humanista Pere Casaldàliga lo tuvo claro desde el primer momento. Buena parte de la población de Sudamérica -con contadas excepciones- nunca ha tenido ocasión de gozar de los derechos más elementales. Resulta más que lamentable que muchos habitantes de las naciones que la componen tengan que vivir al límite de la subsistencia. Había, hay y habrá siempre que hacer algo. Siempre faltarán manos.

Pere Casaldàliga respetó lo divino, pero se interesó en firme por lo práctico y lo activo. Así ha sido hasta el final de sus días, dedicados a un trabajo tan firme como prometedor. El humilde obispo de un pueblo brasileño oprimido y desengañado pudo recuperar la sonrisa y la confianza en un futuro mejor gracias a su constante gestión. Pere, nos has dejado, pero no nos ponemos tristes. Te has ganado, dedicándote a los excluidos y despreciados de la Tierra, una categoría: la de catalán universal.

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