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Disfruta, haz realidad tus sueños y vive la vida

El primer iceberg de la temporada pasa por la costa sur de Terranova y Labrador (Canadá), también conocido como el ’callejón del iceberg’, cerca de la localidad de Ferryland.

El primer iceberg de la temporada pasa por la costa sur de Terranova y Labrador (Canadá), también conocido como el ’callejón del iceberg’, cerca de la localidad de Ferryland. / REUTERS / STRINGER

Mario Martín

Entré en la madurez de golpe, al enfrentarme al momento de saber que ya no iba a tener más a mi padre. Se fue en cinco días, rápido y en una alegoría de lo que es la vida: un suspiro. Parece que nos pertenece hacemos planes, y cuando nos queremos dar cuenta, ya ha pasado la vida.

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Era un día de enero. Nunca me pareció más frío el aire de Madrid que esa mañana; noté en la cara como una bofetada que me despertaba de golpe de una especie de letargo, diciéndome: ¡Ánimo, amigo, que ahora te corresponderá a ti el rol que él tenía!

La sensación de vacío en que me quedé, me hizo pensar en las cosas que él habría querido hacer y no hizo; sí, incluso él, tan aparentemente seguro de sí mismo, de sus convicciones y de sus decisiones. Tantas veces hacemos lo que se espera de nosotros, que siempre posponemos lo que anhelamos: "¡habrá tiempo!", "¡hay otras prioridades!", "¡eso no es lo importante ahora!"...

Y, de repente, me encontré respondiendo a una pregunta que mi padre me hacía desde donde él estaba: "¿Tienes un sueño? ¡Hazlo". La respuesta contenía una mezcla de varias inclinaciones mías: el gusto por los viajes, un país (Canadá) y disfrutar de la nieve de la forma más radical posible.

Encontré la comprensión de todos mis seres queridos y me embarqué en la aventura de vivir mi pasión por el esquí, en unas condiciones que hasta ese momento solo había podido imaginar en sueños, entre las que disponer un helicóptero era solo una parte de ellas.

Los meses de febrero y marzo se fueron pasando entre preparativos hasta que, por fin, el 1 de abril del 2007, pude sentir la sensación de deslizarme por bajadas de más de 20 minutos, hundido en nieve polvo por encima de la cadera, sin nadie más a mi alrededor que el grupo que me acompañaba.

Diez años después, otro 1 de abril, las cábalas, los números y las coincidencias nada casuales que parecen marcar la vida, llevaron a que mi hijo me anunciara la buena nueva de que el abuelo, dentro de poco, seré yo y que ese momento podría coincidir con mi cumpleaños. ¡Bienvenidas sean las casualidades! Y mi nieto o nieta, por supuesto.

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