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Diseñar pensando en la diversidad funcional: todavía queda trabajo por hacer

Persona en silla de ruedas

Persona en silla de ruedas

Alguna vez me he preguntado qué ocurriría si las infraestructuras que nos rodean hubieran sido diseñadas, todas y cada una de ellas, para personas con diversidad funcional.

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Imaginemos que al ir a cruzar un paso de cebra los semáforos permanecieran varios segundos más en verde, para que todo el mundo tenga tiempo de pasar al otro lado de la calle. O que en todos los portales, vehículos y edificios públicos hubiera una rampa con el fin de facilitar el acceso de las personas en silla de ruedas. O que en los andenes del metro la distancia entre este y el vagón fuera accesible para las personas con movilidad reducida, ¿Se imaginan en qué nos afectaría eso a quienes no tenemos esa condición? ¿De qué forma nos complicaría movernos por nuestra ciudad, acceder a eventos que nos agraden o desarrollar una vida funcional?

La respuesta es la siguiente: de ninguna. Si se diera el caso hipotético que planteo, tanto los ciudadanos con diversidad funcional como los que no podríamos desplazarnos por nuestro pueblo o ciudad con las mismas facilidades que, a día de hoy, gozamos los segundos. No obstante, privar a aquellos cuya movilidad es reducida de llevar una vida funcional y autónoma cuando salen a la calle es una discriminación que, a todas luces, podría evitarse a día de hoy. 

Solo haría falta un poco de empatíasensibilidad y ganas de invertir dinero público en algo tan necesario como asegurar a todas las personas las mismas posibilidades de desplazamiento a la hora de acceder a todos los rincones que forman su territorio. Porque que alguien no pueda, por ejemplo, coger el autobús que podría llevarlo hasta su lugar de trabajo debido a que el vehículo no presenta las condiciones para que pueda acceder a él es vergonzoso. ¿El motivo? Que existen los medios para evitar situaciones como la que acabo de ejemplificar. No es una cuestión de falta de recursos, sino de dejadez de las administraciones. Sencillamente, no han tenido en cuenta a la hora de reelaborar espacios a las personas con movilidad reducida. Y aunque esa falta de empatía con una parte de los ciudadanos ha mejorado en las últimas décadas, todavía queda trabajo por hacer.

Las personas que tienen diversidad funcional no pueden conformarse con que hace veinte años había menos rampas, o no todos los edificios presentaban ascensores para acceder a su interior, o no todos los vehículos estaban adaptados… La solución no es tenerlos en cuenta al 50 o 60 por ciento, sino hacernos cargo entre todos de un problema que no es suyo, es de los espacios que habitamos.

A la hora de diseñar los rincones de un pueblo o ciudad, debemos tener en cuenta a todos los que van a vivir o a desplazarse en ella, y no solo a una parte de la población, por numerosa que sea.

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