"Compartir las esferas de poder económico es la verdadera garantía de paz entre los estados"
Miguel A. Castro Torrejón de Ardoz (Madrid)
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Un celador transporta una camilla en el hospital de Bellvitge de Barcelona. / Efe / Alejandro García
Mar Martín
A los 18 años sufrí un grave accidente, pero las vueltas de campana no llegaron a convocar mi funeral. Diez años después, me habré sometido a unas nueve operaciones en el Hospital de Bellvitge. Así que antes de rajar, dar las gracias: A los vivos, por los impuestos, y a los muertos, por los tendones.
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Esta indeseada veteranía me obliga a denunciar lo peor: ¿Han probado a mearse o cagarse encima? De eso va todo esto, de usar una cuña. Pirámide de Maslow, nivel 1. Si bien la naturaleza nos empuja sin miramientos, nosotros sí los tenemos y pueden impedirte hacer tus necesidades.
En esa línea que desdibuja el animal del hombre, sales de una operación y no te dejan usar un baño hasta que haya cama libre en planta. El personal y los familiares tienen su baño, pero a ti no te dejan levantarte aunque andes perfectamente. Te dan una cuña y te desean suerte.
Pasan las horas y los intentos esperando subir a planta, donde sí hay baños para pacientes; meditas sobre el 'apartheid'. Hace rato que se me caen las lágrimas de impotencia, me derramo por donde no quiero. "Es el protocolo", sentencian contra el sentido común. Parece que se pueda aplicar de forma independiente al personal sanitario, y debe ser por eso que no entiende de humanidad.
Después de otro penoso intento, aviso de que como tarden más creo que me van a tener que sondar. Una enfermera me trae la sonda. Asombrada pregunto que si no le parece irrazonable sondar a alguien en plenas capacidades para mear en un baño. "Es el protocolo", replica impasible. Sigo sin saber en qué versículo de la Biblia se encuentra semejante dogma.
Dudo de si todos hemos nacido para ejercitar el libre albedrío, apuesto que para muchos la libertad es una condena. Cuantos quisieran no depender ni de sí mismos. Reconozco que enfada dudar de si has despertado secuestrado o parapléjico. Una vez subida a planta, aún no hube pasado el umbral de la puerta cuando me lancé de la camilla para poder servir por fin a mi humanidad: pender el íntimo hilo de la dignidad.
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Miguel A. Castro Torrejón de Ardoz (Madrid)
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