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Un cuento de flores y mantas

Una floristería de Barcelona, ayer.

Una floristería de Barcelona, ayer. / ÁLVARO MONGE

Érase una vez una ciudad muy grande con grandes aceras que inventó un ingeniero cuyo nombre era Idelfonso Cerdá. Gracias a esta persona se diseñó una ciudad donde las personas y vehículos convivían con toda tranquilidad, hasta que un día una alcaldesa se dio cuenta que algunas floristerías ocupaban un espacio de las aceras para mostrar las flores y plantas que ofrecían a los ciudadanos y estos estaban contentos y alegres por su colorido.

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Pero la alcaldesa decidió multar a los floristas por ocupar una pequeña parte de las aceras, llámese espacio público. Y entonces se acabó, colorín colorado, las flores en las aceras.

Niños, niñas, el cuento no se ha acabado, y aquí es cuando al explicar este cuento los niños me preguntan el porqué. La alcaldesa de este cuento no deja, si no le pagan al ayuntamiento, exhibir a los floristas sus flores tan bonitas en las aceras, cuando ellos ya pagan religiosamente los impuestos municipales, y en cambio la alcaldesa deja que muchos, muchos vendedores de una diversidad de prendas, calzado...casi todo de imitación, ocupen grandes espacios públicos sin pagar ningún tipo de impuesto.

Niñas, niños, el final de este cuento algún día os lo explicará la alcaldesa u otra persona que ocupe su lugar. Lo siento, pero yo no tengo la respuesta, tal vez al leer este cuento desde aquel ayuntamiento alguien os dé un final. Ojalá sea pronto y pueda explicar todo el cuento con un final feliz a mi nieto, quien solo tiene dos años, antes que él me lo pregunte y no tenga respuesta.

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