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Cruyff fue un buen paciente del corazón: agradecido, amable y obediente

Tras el reciente fallecimiento de Johan Cruyff, recordé con emoción las dos noches en las que tuve que cuidarlo como enfermera de coronarias y cirugía cardiaca del Centre Quirúrgic Sant Jordi. Era febrero de 1991. Llevaba bastantes años haciendo guardias de noche. Recuerdo que a media tarde del martes, 26 llamaron de la Clínica Asepeyo diciendo que nos iban a traer al señor Johan Cruyff, que desde hacía días sufría dolores agudos en el abdomen y la espalda, mareos y sudores fríos. Fue trasladado directamente a la UCI en la llamada Fase C, donde se ubican los pacientes en observación a la espera de someterles a pruebas.

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Aquella noche me tocaba guardia. Recuerdo que toda la acera de la clínica, en plena Via Augusta, estaba repleta de unidades móviles y periodistas. Aunque mis labores se centraban en los pacientes recién operados del corazón situados en un módulo próximo al de Cruyff, lo atendí antes de que se durmiera. Estaba solo. Propio del carácter neerlandés, había pedido a su mujer Danny que se fuera a casa a descansar, que “yo aquí estoy muy bien cuidado por profesionales que saben lo que hacen”. Acababa de cenar. Entré en la habitación preguntándole cómo se encontraba: “Muy bien. Fantástico”, me dijo.

Estaba delgado. Muy delgado. Más de lo que en él era habitual, pero con buen color. De su rostro resaltaban sus ojos azules. Tras controlar sus constantes vitales y darle la medicación, no pude resistirme a pedirle un autógrafo para mi hijo pequeño, de 8 años, que ya entonces era un admirador de su persona y de su Barça. “Por supuesto”, dijo con entusiasmo. “¿Cómo se llama?”, preguntó. “Carlos”. Tras acomodarlo bien, nos dijo “muchas gracias” con su particular acento holandés. A las 22:30 se quedó dormido.

Al día siguiente sería sometido a las pruebas que dictaminarían su diagnóstico. La coronariografía manifestó dos arterias con isquemia a punto de infartar. Como bien se dijo, de no hacer nada, las consecuencias podrían haber sido fatales. Tras levantarme a mediodía, me llamaron de la Clínica para pedirme que fuera esa noche porque necesitaban reforzar el equipo de la UCI, debido a que Cruyff iba a ser operado esa misma tarde a corazón abierto. Acepté, aunque no me tocara guardia. No dudé ni un instante. Desde siempre, a Cruyff le tuve mucha simpatía y se le veía muy buena persona, cosa que pude comprobar de primera mano. Cuando entré en la UCI, estaba todavía dormido. Acababa de salir del quirófano. Progresivamente se fue despertando, aunque permanecía intubado y conectado al respirador. No sé alteró en ningún momento y aguantó con paciencia las molestias de una operación de tal envergadura.

Fue entonces cuando nos enteramos del final de la guerra del Golfo y se lo comunicamos: “Johan, Johan, se han terminado los ataques”. Él, sonriendo, con los ojos bien abiertos, nos subió el pulgar de la mano derecha hacia arriba haciendo un gesto de victoria. Se alegró mucho.

Durante el resto de los días en los que permaneció en la Clínica fue invisible, todo le venía bien. Siempre muy agradecido con todo el mundo. Amable, alegre y buen paciente. Obedecía a todo lo que se le indicaba, y se dejaba guiar por los criterios del cuerpo facultativo. Tras haber cuidado a centenares de enfermos cardíacos durante 45 años de profesión, Cruyff ha sido la personalidad más relevante a la que asistí durante dos noches. Me ha entristecido mucho su pérdida.

Maria Dolors Vieta Molina. Enfermera de Coronarias y Cirugía Cardíaca de la UCI del Centre Quirúrgic Sant Jordi (1969-2014)

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