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"La contradicción del apellido migrante que empuña la porra"

Manifestantes en Los Ángeles frente a agentes de la Guardia Nacional en otra jornada de disturbios y protestas contra las políticas de Donald Trump.

Manifestantes en Los Ángeles frente a agentes de la Guardia Nacional en otra jornada de disturbios y protestas contra las políticas de Donald Trump.

Las imágenes llegan desde Estados Unidos y se repiten en bucle: estudiantes latinos alzando pancartas contra la violencia en Gaza, mujeres con acento caribeño pidiendo alto a las redadas, jóvenes que tradujeron el “no pasarán” a un inglés urgente. Y, delante de ellos, agentes de policía con el casco bien sujeto y un apellido bordado en el pecho: García, Hernández, Ramírez. La porra y el acento compartido.

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Ahí, en esa contradicción, late algo duro de mirar. La diáspora latina sabe de fronteras porosas: las que cruzas, las que te cruzan, las que te cruzan por dentro. Se nos pide integración, pero también silencio. Se nos entrega un uniforme y, con él, una orden tácita: olvida de dónde vienes cuando levantes la visera.

No es solo hipocresía individual; es un sistema que absorbe la rabia legítima y la vuelve contra los suyos. Un sistema que celebra el "sueño americano" mientras deporta, encarcela o dispersa a quienes lo sostienen en cocinas, cosechas y aulas.

¿De qué sirve el apellido si la porra golpea en el mismo idioma? ¿Dónde queda la solidaridad cuando el uniforme exige obediencia antes que memoria? La diáspora no es folclore, es una herida abierta que cruza continentes. Si los García del otro lado del escudo olvidan la historia que sus abuelas contaron para dormir, ¿qué nos queda a quienes aún intentamos creer en una justicia sin fronteras?

Tal vez, como los estudiantes de las acampadas, solo nos quede insistir: la identidad que no cuestiona la violencia se vuelve máscara. Y la máscara, tarde o temprano, se agrieta.

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