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Comisión Europea: Intervenir en las formas del mercado que tratan a las personas como medio y no como fin

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en el pleno de la Eurocámara en Estrasburgo.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en el pleno de la Eurocámara en Estrasburgo. / JEAN-FRANÇOIS BADIAS (AP)

El Consejo, la Comisión, el Parlamento y, por supuesto, el Banco Central, solo se explican por el lugar de privilegio en que nos iban a situar a los europeos en el nuevo sistema mercado-mundo; la cuenta de resultados y el reparto de dividendos han sido los únicos criterios de evaluación.

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Para potenciar la competitividad internacional de las corporaciones europeas, se han reducido los ingresos fiscales y, en consecuencia, el gasto público; para aumentar la tensión competitiva de los trabajadores se han recortado sus derechos, permitiendo oportunidades de negocio privado donde antes se reconocían servicios sociales básicos como la sanidad universal, la educación igualitaria, las comunicaciones accesibles... 

Pero la nueva comunidad europea, surgida en Lisboa en 2009, extensa y laxa, no puede ir más lejos y corregir los obstáculos más evidentes que para esta política suponen ciertos hechos tales como la creciente complejidad y tecnificación de las decisiones económicas, la concentración constante de las macroempresas (monopolios y monopsonios) y la cada vez mayor ingobernabilidad de ciertos sectores económicos crecientes (tráfico de drogas, armas y personas, mercadeo sexual, explotación del trabajo infantil, falsificaciones, etcétera). 

Tales realidades podrían verse como fenómenos sobrevenidos, disfuncionales para el mercado, y por tanto objeto de intervención política, o deberíamos decir quirúrgica, para su eliminación. Pero en realidad son formas del mercado, absolutamente necesarias, las cuales representan sistemas de apropiación prototípicos.

Aunque tratan a las personas como medios y no como fin, y niegan la autonomía moral del ser humano, seguirán existiendo e imponiendo su dinámica como organizaciones rentables, productoras y acumuladoras de riqueza, y perfectamente competitivas frente a otras organizaciones igualmente poco escrupulosas con los derechos humanos.

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