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Carta a Dijsselbloem

Jeroen Dijsselbloem.

Jeroen Dijsselbloem. / ARCHIVO / REUTERS

Señor Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo: me siento indignado por su lamentable comentario, que sería tal si usted hubiera estado sentado en la barra de un bar charlando con sus amigos, pero se encontraba ante la prensa. Así pues, me queda clara la imagen que tiene de nosotros, los países del sur de Europa, que según sus impresiones dedican su vida a la juerga y se aprovechan de sus socios para robarles la cartera y así poder disfrutar de una vida sedentaria sin la más mínima responsabilidad.

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Yo, español y padre de tres hijos, nacido en Alemania por el sacrificio que mi padre tuvo que hacer en tiempos aciagos, me revuelvo cada año que, de los cuatro días que me puedo permitir acercarme a 'mis' playas, tenga que soportar indignado como los jóvenes turistas provenientes del norte de Europa vomitan, orinan e incluso defecan en las piscinas y calles de nuestros pueblos por cuatro duros. Supongo que será usted consciente de ello. También supongo que lo será del turismo sexual (con Alemania a la cabeza) del que algunos ciudadanos de los países más desarrollados 'disfrutan' en países explotados sin pudor alguno, volviendo de ellos con fotos de paisajes espléndidos, cuidados con mimo para el desarrollo turístico que tanto les atrae.

En las fábricas dispersas por el sur, donde ensamblamos su tecnología, intentamos no desfallecer ante la explotación que se nos imprime debido a crisis que gobiernos de todas las naciones han permitido que se produzcan por la imprudencia y la permisividad ante el hecho de que los mercados deriven sus ganancias a paraísos fiscales, evitando así su correspondencia con la sociedad que los alimenta. Trabajamos 12 horas diarias, de lunes a sábado, para no llegar apenas a llenar la despensa después de pagar la vivienda, algo que se ha convertido en prácticamente prohibitivo en mi país 'sureño'. Y después de pagar los recibos de los créditos que sin remedio he de contraer con las financieras para comprar los productos que desarrollan sus grandes ingenierías, imprescindibles para la vida rutinaria. Alimentadas, también, por nuestros hijos, que han de emigrar de nuevo al norte, como lo hizo mi padre, para poder tener un futuro digno acorde con su formación, pagada con sudor por nosotros y que al fin y al cabo aprovechan sus empresas.

No sé lo que pretende de los estados del sur, señor presidente, pero estamos a un paso de ser sus esclavos. No nos queda ya mucha dignidad en las alacenas. ¿Piensa usted que nos sobra para copas y bailes? ¿Es consciente de ese detalle? ¿Se atreve de nuevo a llamarme borracho y 'putero'?

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