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Carta desde el exilio laboral: ayudadme a regresar

Me han dicho que tengo suerte, que no mucha gente de mi generación  tiene trabajo hoy en día y por eso tengo suerte. Porque emigré, deje  atrás mi país, mi gente, mis amigos, mi lengua, mi cultura, mi comida ,en fin, todo aquello a lo que le tenía apego y aprecio, para  comenzar sola una nueva vida en un país extranjero, trabajando de algo  para lo que no estudié, labrándome un futuro que no siento como mío.

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Me he encontrado en un estado de aislamiento casi total durante los  pasados meses, sola, intentando encajar en un molde que no conozco,  con una cultura que no comprendo del todo. Al final lo conseguí, me  llevó tiempo pero ya formo parte de esta rueda nueva y ajena. Para colmo, tengo que oír que por irme ya no debería de tener  derechos en mi país, parece que no nací allí, que ya no me quieren.

Yo tomé un exilio voluntario por amor a los míos, para no ser un  número rojo más ni una carga, a la espera de una mejora que  me permitiera regresar. Y me culpan por esta decisión. No comprendo si  la culpa que me imponen se debe a rencor por mi marcha, a envidia por  mis logros o al miedo de que con mi regreso vuelva a ocupar el número  rojo en las listas que abandoné al marchar, lo que sería un peso más dentro de  un país cuya fuerza de trabajo no tiene lugar para mí, pues está cada  vez más envejecida y no permite la entrada de sangre nueva.

Supongo que la vida no es lo que uno se espera de ella, tus planes y  sueños no cuentan, que te cierran puertas y te abre ventanas que ni te  llevan al mismo sitio ni son tan fáciles de pasar. Además, ¿quién sabe  qué hay al otro lado de una ventana inesperada? ¿El suelo? ¿Un  precipicio? ¿Un feliz campo de margaritas?

La mía me llevó lejos. A trabajar por un futuro en un país  extranjero, a vivir un presente que paga por el trabajo pasado de  mayores que no son los míos, mientras que aquellos por los que yo  debería trabajar están trabajando. Contribuyo a labrarles un presente  a personas que en su pasado no me dieron nada, mientras que los míos  ven mermar ante sus ojos sus esperanzas de una jubilación feliz y plena.

Tengo suerte, o eso dice, pero desde el exilio laboral impuesto en  que me encuentro os escribo, compatriotas, familia, amigos, raíces de  mi vida y os digo que soy una más, yo nací allí, crecí allí y allí  volveré cuando la historia cambie y mi puerta se abra.

Lo de siempre ya no funciona. Por favor, ayudadme a que la puerta  que me lleve de vuelta al hogar se abra y yo pueda volver. Desde aquí  os digo que las ventanas no son todo lo buenas que uno espera, son  difíciles de alcanzar, difíciles de pasar y una vez has cogido impulso  y valor para atravesarlas, una vez te has sobrepuesto a tus miedos y  tus penas y te has ido, aquellos que primero la abrieron, la cierran  tras de ti dejándote contemplar el interior desde fuera de un cristal  que no se puede cruzar de vuelta.

¿Por qué me castigan por irme, si no me dieron la opción de quedarme?

Ayudadme a buscar un cambio.

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