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Barcelona, a 50 años vista: "Es imprescindible que la población participe"

Nube de contaminación en Barcelona

Nube de contaminación en Barcelona / GUILLERMO MOLINER

Barcelona siempre ha necesitado para proyectarse en el futuro un evento con la participación extranjera para entretener al personal y expulsar a la ciudadanía de las decisiones que le atañen. La Exposición Universal de 1888, pensada para eliminar a los ciudadanos en la construcción de su ciudad, sigue con el rumbo de siempre, a toda máquina.

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En la presentación de las candidaturas en la foto oficial, es interesante observar lo que consideran primordial: es indiferente etiquetar las sugerencias al ser tan lamentables e inútiles sus propuestas que en las próximas elecciones repetirán lo mismo. Consideran como importantísimo conseguir alquileres asequibles, también eliminar en tres meses a los manteros, colocar un busto en el consistorio, abrir las puertas a la ciudadanía y convocar a la sociedad, que como siempre serán los del Ibex35.

Todavía sigue presente un aviso que se realizó desde el Ateneo de Barcelona, poco antes de las Olimpiadas del 92, por parte de intelectuales díscolos de todo lo que está sucediendo en el mercado inmobiliario. La densidad de Barcelona solo se puede comparar con las ciudades asiáticas o africanas, las cuales están en proceso de desarrollo, y siguen insistiendo en construir hasta el último milímetro de suelo que quede. Antes de hablar, comparen la densidad poblacional de las diez ciudades europeas que se proyectan a cincuenta años vista con la de Barcelona, la cual tiene una densidad equivalente a Bombay, con 31700 habitantes por kilómetro cuadrado.

El problema gravísimo medioambiental, relacionado con la movilidad de las personas y mercancías, y con la huella ecológica, está vinculado a cuanta mayor densidad poblacional, más contaminación. Se ha de proyectar una ciudad al servicio de los que la habitan y no al capricho de la economía, la cual le importa muy poco que los ciudadanos enfermen debido a las condiciones insalubres del aire y de la contaminación acústica. 

El modelo de ciudad mastodóntica que absorbe población de centenares de kilómetros hace imposible que el territorio sea homogéneo y que todos los que la pueblan puedan disponer de las oportunidades semejantes, dejando como única salida el sector turístico, industria altamente contaminante. Vaciar el territorio para concentrarlo en una gran ciudad es una barbaridad medioambiental, y de justicia social. 

Se dispone de una tecnología para que la descentralización sea un imperativo urgente; para ello, los transportes colectivos modernos son una pieza esencial en el proyecto de construcción de futuro. Para poder conseguir una ciudad a cincuenta años vista, es imprescindible que la población participe con la información disponible sin trampas y poder neutralizar los intereses de los que hasta ahora han construido una ciudad únicamente para sus negocios particulares. Una ciudad no es una tienda, y no hay ningún partido del establishment que esté gobernando, o no, que no nos lleve a la ciudad hospital, con sus ciudadanos respirando bombonas de oxígeno.

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