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"Ayudar a morir bien debería hacerse con naturalidad"

Concentración a favor de la eutanasia en el Congreso de los Diputados el pasado mayo.

Concentración a favor de la eutanasia en el Congreso de los Diputados el pasado mayo. / JOSÉ LUIS ROCA

Julián Arroyo Pomeda

Según Heidegger, la realidad humana es la de un ser para la muerte, porque está siempre penetrada por ella a lo largo de la vida. Sin embargo, los humanos se despreocupan de la muerte, dado que apenas tienen tiempo de vivir el presente.

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Y parece sorprendente que lo hagan así, cuando están visualizando la muerte casi a diario, con tantas destrucciones como impulsan. El siglo XX nos ha traído guerras terribles con millones de muertos a nivel mundial que la historia, la literatura y el cine recuerdan permanentemente. A finales del siglo XVIII, la catástrofe del Terremoto de Lisboa conmocionó a la Europa de Las Luces con sus tinieblas sobrecogedoras.

En otros tiempos, el devocionario católico recogía varias oraciones, pidiendo a San José, patrono de los moribundos, su asistencia en la extrema agonía con el fin de obtener una buena muerte en la forma de sueño pacífico y tranquilo en el trance final. Los cristianos rezaban por esto.

Actualmente, en nuestra sociedad democrática preocupa, a veces, el tema, siempre polémico, de la muerte digna. Es polémico porque no podemos librarnos de ideologías. Si lo pensáramos fríamente, rechazaríamos acabar como una piltrafa humana (¡cuánto cuesta morir!), aunque nos acercáramos a la muerte voluntaria y elegida, cuando se muestra irreversible seguir vivo. Estamos hablando de eutanasia, o, simplemente, de buena muerte, asistida ahora no por los santos, sino por las ayudas médicas adecuadas.

De la muerte nadie sabe nada, ni el día ni la hora, sino sólo el Padre (Mateo, 24), pero ya podemos conocer el momento próximo, cuando el proceso se desarrolla de manera natural, por lo que ayudar a morir bien debería hacerse con naturalidad y sin temores morales mis subterfugios mitológicos.

Ahora las aguas políticas empiezan a ponerse turbias, al abrirse la posibilidad de regular el derecho a una muerte digna por ley. Obligarnos a malvivir es atentar contra la dignidad humana, que el Estado tiene que proteger. El camino puede ser todavía incierto, pero se impondrá, finalmente.

Si efectivamente los seres humanos son autónomos y libres, su voluntad de disponer de la propia vida tiene que ser respetada. Como escribió Borges, "morir es haber nacido". Nada más. Defender la vida siempre, sí, aunque no a vivir de cualquier manera.

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