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"Asumir los principios de libertad, igualdad, democracia y respeto a la dignidad humana como originales de Europa es injusto"

Vista del hemiciclo del Parlamento Europeo.

Vista del hemiciclo del Parlamento Europeo. / EMMANUEL DUNAND (AFP)

Recientemente, la presidenta electa de la Comisión Europea escribió una carta abierta en defensa del estilo de vida europeo, comprendiendo este desde los principios de "libertad, igualdad, democracia y respeto a la dignidad humana". Es evidente que la gran mayoría de los europeos, si no una totalidad de los mismos, defenderían estos principios como fundamentales en cualquier fórmula de sociedad deseable. También es obvio que hay un gran número de países en los que estos principios no se cumplen.

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Sin embargo, las palabras de la presidenta electa suponen un riesgo en la medida en que la patrimonialización de dichos principios supone de facto la asunción de la superioridad moral europea respecto al resto de sociedades en relación con una mitología política que se olvida deliberadamente de cómo sus fundadores morales (Platón y Aristóteles) defendían sociedades de castas y esclavistas, ignorando los horrores coloniales antiguos y modernos y por supuesto obviando que los nazis eran tan europeos (en términos geográficos) como los de hoy.

Así, la asunción de los mencionados principios como originales de Europa es injusta basándonos en motivos históricos y geográficos, pero también lo es en términos culturales puesto que, de hecho, la cultura europea no consiste en la defensa de estos valores, sino en la beligerante intención de imponer sobre ellos un determinado significado, una interpretación que por más de acuerdo que uno esté con ella debe resistir al deseo de apropiársela, pues así solo logrará alejar la sana discusión sobre estos principios filosóficos y políticos, además de únicamente ser capaz de proyectarlos de forma paternalista hacia el mundo. Un mundo al que no le basta con que le mastiquen la comida.

Otras sociedades que quieren también poder decirse libres, iguales, democráticas y dignas aún sin pertenecer a un remoto lugar llamado Europa.

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