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Ansia de libertad en el barrio de Salamanca

Concentración de protesta contra el Gobierno y el estado de alarma, en el barrio de Salamanca de Madrid, el 14 de mayo.

Concentración de protesta contra el Gobierno y el estado de alarma, en el barrio de Salamanca de Madrid, el 14 de mayo. / EUROPA PRESS / JESÚS HELLÍN

De nuevo la distancia social, se nota, se deja sentir en cualquier detalle por ínfimo que parezca. La distancia social, no la física. La distancia de mascarilla y contacto no es más que una distancia física, variable según el país y ahora según la pandemia, pero no es insalvable: basta unos chupitos o un tren en hora punta para salvarla, saltarla, atropellarla. La distancia social, sin embargo, ahora tan de moda el término, no es más que un eufemismo para denominar a la clase, o si la distancia es monolítica e inflexible, la casta. Y se nota, hasta en las manifestaciones de descontento.

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Qué distintas son las manifestaciones del barrio de Salamanca, qué distinción, qué saber estar, qué clase. Esas ollas con piedras de Swaroski que nunca han albergado en su interior unas migas o unas papas con chorizo. Esos hombros patriotas cubiertos por la bandera de España, o con un jersey anudado graciosamente al cuello. Esos sombreros combinados con tanta elegancia con la ropa casual ideal para una manifestación. Ese jalear consignas que parecen salir de las voces de querubines con jersey Lacoste. Esa ansia de libertad que ya no puede mantenerse entre las cuatro paredes de esos pequeños pisos de 400 metros cuadrados. Esa libertad que no es la misma, de nuevo la distancia social, que la que se pide en otros barrios sin tanto glamour y saber estar. Una libertad de hacer lo que me venga en gana, de salir de compras, de tomar la langosta de las 11 de la mañana con los que yo quiera, faltaría más. Una libertad que se indigna ante la imposición de salir a horas determinadas a hacer deporte, ni que fuera un delincuente.

Una libertad muy distinta a la otra; a la libertad de llegar a fin de mes, a la de ser libre para no tener que escoger entre pagar alquiler o comida, a la libertad de poder decir que no a un trabajo precario, otro eufemismo para no decir un trabajo de mierda que roza la esclavitud. Ahora rememoro el 15M y siento vergüenza, qué poca clase.

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