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Apostando por el amor maduro

Una pareja contempla el mar de espaldas.

Una pareja contempla el mar de espaldas. / EL PERIÓDICO

Cristina Martínez Granel

Mientras arregla su pelo, se mira de nuevo al espejo que refleja su edad. Esa edad que todo el mundo dice que no aparenta, pero está. Ahora, pasados hace muy poco los 50, piensa que amar es un arte, porque requiere esfuerzo, es como dar forma a una escultura o a un lienzo donde cada pincelada es esencial para conferir perspectiva, cuerpo y belleza a esa obra. El amor maduro, ese que acontece ahora, cuando ya ha dejado la juventud, ese amor es muy capaz de trazar cada movimiento con sutil perfección porque es un buen artesano de las emociones.  Sí, de las emociones, tan necesarias para vivir.

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Apartó la mirada del espejo y miró su foto, la de los dos. Y entendió que, a veces, el primer amor no siempre llega en el orden correcto. Hay relaciones que acontecen en la edad madura, permitiendo descubrir a personas mágicas e inesperadas en cuyos abrazos nos gusta refugiarnos, porque huelen a hogar y sus besos saben a azúcar y fuego a la vez. Porque el amor maduro no entiende de edad, es digno y vital y energizante. Así que ahora,  en la media tarde de la vida. Ella, libre, tranquila de corazón y rica de pensamiento, porque en su rostro siempre bailan las sonrisas y las ganas por seguir queriendo, solamente deseaba verdades, ilusiones, formar parte real, no a medias, parte real, ya que la madurez personal no la traen los años ni tampoco los daños, sino la actitud y esa sabiduría de las emociones donde ella había adquirido su doctorado, su maestría.

No quería un corazón amargo que no ha purgado penas, que no ha sido capaz de hacer ese viaje interior donde poder perdonar, donde hacer de las vivencias pasadas senderos renovados que transitar con ilusión. Ella quería sentimientos con dosis de sabiduría para poder construir aquello que de verdad importa: presentes felices, presentes dignos y apasionados donde descubrirse el uno al otro.

Quizá continuaba creyendo y viviendo el amor, en la misma medida que cuando tenía 15 años; probablemente tenía un síndrome de Peter Pan emocional. ¿Y? Se planteaba una nueva vida a los 51 años. Sabía de sobras que, a esa edad, la inteligencia y la reflexión operan, pero ante el impulso romántico, entraba arrollando su imperio.

Se enfrentaba a una convivencia en edad madura, a una reactivación del amor, con las experiencias vividas. Le gustaban los retos y ella era de las de apostar siempre doble contra sencillo. 

 

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