Contenido de usuario Este contenido ha sido redactado por un usuario de El Periódico y revisado, antes de publicarse, por la redacción de El Periódico.

Abusos a menores: consentimiento, sumisión y humillación

Concentración de apoyo a las víctimas de pederastia de los Maristas, el pasado mes de febrero, en Barcelona.

Concentración de apoyo a las víctimas de pederastia de los Maristas, el pasado mes de febrero, en Barcelona. / CARLOS MONTANES

En los casos de abusos a menores, siempre hay una diferencia de edad, de envergadura física, de jerarquía que obligan a la víctima, entre otros horrores, a dar el consentimiento por miedo a la persona que lo realiza, mostrar sumisión para que no se enfurezca o que el daño físico sea el más leve posible. Posteriormente, la persona siente una enorme humillación en el momento en que es consciente de lo que ha ocurrido. Esto último puede suceder mucho tiempo más tarde; el cerebro humano tiene mecanismos para "enterrar" durante años experiencias negativas o traumáticas que pueden "resucitar" en cualquier momento.

Entretodos

Publica una carta del lector

Escribe un 'post' para publicar en la edición impresa y en la web

Esta situación se tiene que contraponer en los casos que intervienen miembros de la Iglesia con las acciones del victimario que se aprovecha de la confianza de la víctima o de la familia de esta, el estudio y conocimiento de los menores idóneos para sus intenciones, el conocimiento del espacio, las circunstancias, el poder y la autoridad. A ello se le tiene que añadir muchas veces el consentimiento del entorno religioso próximo y del jerárquico.

Han sido cientos y posiblemente miles los abusos en todo el Estado. Las victimas no han abierto la boca durante décadas: algunas porque tienen enterrado el maltrato, otras por miedo a la vergüenza y a reconocer públicamente la humillación sufrida. En ocasiones, incluso conscientes de lo ocurrido, no lo han comentado a nadie durante años y ahora empiezan explicarlo en su ámbito privado.

En los últimos años ha habido una serie de víctimas que han dado un paso al frente denunciando parte de los delitos. Es de agradecer su valentía e iniciativa que seguro que ha ayudado y ayudará a otros a dar el paso al frente o a sentirse acompañados y explicarlo, pero todos sabemos que lo denunciado hasta ahora posiblemente no es ni la punta del iceberg de lo ocurrido en los últimos 60 años.

Los obispados y las congregaciones afirman que su máxima preocupación son las víctimas. A mí me gustaría recordarles que son responsables de todas ellas. Tienen que asumir esta responsabilidad porque se lo merecen, no solo por los abusos recibidos sino también por la labor intencionada de encubrimiento, con la agravante de reiteración, que han contado muchos profanadores por parte de otros miembros y jerarcas de la Iglesia Católica. En muchos centros y parroquias eran secretos a voces entre los menores y alumnos que habían llegado a oídos de los superiores, como en casi toda Europa.

Si quieren enumerar los delincuentes háganlo con todos los abusadores y los cómplices. Por la manera en que han transcurrido todas estas transgresiones dentro de ciertos ámbitos de actuación la Iglesia, las congregaciones y los obispados no pueden eludir ninguna investigación en que exista perjuicio a alguna víctima si realmente quieren estar al lado de estas. Al margen de la ley, existe un comportamiento cívico por encima de todo que deben cumplir como parte que son de la ciudadanía y por las responsabilidades que han promovido, asumido y aceptado.

Participaciones de loslectores

Másdebates