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8-M: Las cárceles invisibles de la Iglesia católica

Unas monjas limpian el aceite derramado por el Papa en el altar de la Sagrada Família, en febrero del 2010.

Unas monjas limpian el aceite derramado por el Papa en el altar de la Sagrada Família, en febrero del 2010. / VIDEOTAPE TV3

Luisa Vicente Santiago

De lo que no se habla no existe, pero el clamor de varias monjas que se rebelaron el pasado mes de febrero contra los abusos sexuales del clero, puso en alerta a miles de mujeres que saldremos el 8 de marzo y denunciaremos las cárceles invisibles donde se cometen estos abusos. Ese día las monjas deberían abrir las puertas y ventanas de los conventos, los monasterios, las abadías, las iglesias, las parroquias, y señalar a los sacerdotes culpables, obispos, arzobispos, cardenales y ministros del más alto rango que someten y maltratan a las novicias, a las monjas y a las sirvientas, todas ellas creyentes y frágiles que están a su servicio. El papa Francisco reconoció estos abusos, incluso refirió el cierre de la congregación francesa Saint Jean, donde los clérigos y su fundador practicaban la esclavitud sexual, e incluso se llegó a manipular mentalmente a las víctimas para que se sintieran culpables.

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Convertidas en marionetas, estas religiosas nunca han denunciado las coacciones, las humillaciones, los abusos de poder y las agresiones sexuales que sufren en esos lugares. Si alguna institución ha perpetuado el modelo machista y autoritario que el feminismo intenta abolir, ha sido la Iglesia católica. Por ello creo que estas monjas, si consiguen parar los abusos y agresiones sexuales del clero, tendrán igual o más repercusión si cabe que las sufragistas o las mujeres trabajadoras que lucharon por conseguir la jornada laboral de ocho horas.

La Iglesia penaliza la sexualidad por el voto al celibato, delito del que los culpables siempre han salido impunes, incluso cuando los abusos los han cometido con menores, pero no castiga el abuso de poder, una tradición que la Iglesia practica desde sus inicios. El contexto cerrado y oculto de estos centros religiosos hace que muchas religiosas sean humilladas y tratadas como esclavas y acaben perdiendo su dignidad, sus derechos y sus libertades, sobre todo si son mujeres de sectores humildes y vulnerables.

Una institución que protege a sacerdotes sacrílegos, encubre miserias, corrupciones y delitos de clérigos enfermizos y depravados nombrándolos incluso arzobispos, obispos castrenses, cardenales y presidentes de la Conferencia, que se arrogan el ser paladines de la moral católica, carece de credibilidad y de toda autoridad moral. Sin embargo el Gobierno español dotó a la Iglesia en 2017 con 11.000 millones en subvenciones.

La Iglesia nunca protegió a estas mujeres de estos sacerdotes depravados; al contrario, muchas monjas apenas tienen derechos ni ayudas económicas para mantenerlos, con tal de no dañar la reputación de la Institución. Es humillante para todas ellas que además las obliguen a callar y a reverenciar a su agresor, a bajar la cabeza como si las culpables fueran ellas por haberlos provocado. Son tratadas como pura necesidad corporal de un cura, explotadas laboral y sexualmente, esperan y transigen con todo, soportan frustraciones, humillaciones, fracasos y abortos forzosos. Las animo a que salgan de su anonimato con la cabeza bien alta y se unan a las miles de mujeres que el día 8 saldremos a la calle para exigir la dignidad que todo ser humano merece.

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