La ruta de la inmigración

El Tapón del Darién, la selva 'horribilis' del inmigrante entre Colombia y Panamá

El largo camino que lleva a los inmigrantes hasta el sueño americano tiene uno de sus tramos más peligrosos en los 6.000 kilómetros cuadrados de selva tropical que separan a Colombia de Panamá. A la presencia de grupos criminales se suman los peligros propios de un paraje como este: animales salvajes, crecientes súbitas, el riesgo constante de perderse y no encontrar el camino. Muchos entran y no vuelven a salir.

Un grupo de migrantes se adentran en el Tapón del Darién, el 8 de octubre de 2022.

Un grupo de migrantes se adentran en el Tapón del Darién, el 8 de octubre de 2022. / EFE/MAURICIO DUEÑAS

5
Se lee en minutos
Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

ver +

El sueño, alumbrado durante la V Conferencia Internacional de Estados Americanos, consistía en poner en marcha una descomunal carretera que comunicaría Alaska con la Patagonia, un proyecto mancomunado que más allá de su utilidad prosaica –desplazamiento, transporte– funcionaría como metáfora de la unión de los pueblos americanos. Ha pasado un siglo de aquella cumbre (1923, Santiago de Chile) y la carretera no está terminada, y probablemente nunca lo estará: la línea continua que traza de sur a norte (o de norte a sur) jamás ha podido sortear la barrera de 6.000 kilómetros cuadrados que se levanta en la frontera entre Colombia y Panamá, una selva densa llena de humedad, calor, serpientes, jaguares y mosquitos que se interpone en la vasta línea de 18.000 kilómetros de unidad americana. Su nombre es elocuente. El Tapón del Darién.

El tapón es un lugar sin ley, y durante muchos años fue conocido por su condición de pasillo idóneo para el tráfico de drogas, o bien como santuario de la guerrilla colombiana, o bien de los paramilitares colombianos. Nadie se aventuraba por allí. Nadie que no tuviera algo que traficar o algo que ocultar. El tapón rara vez salía en las noticias. Pero todo eso es pasado: el agujero de selva indomable forma parte desde hace un tiempo de la ruta que emplean miles de inmigrantes que se dirigen con lo puesto a EEUU, no solo desde los países de Suramérica sino desde lugares insospechados, Somalia, Bangladesh, Yemen. Son las endiabladas rutas de la inmigración. Ahora, las autoridades de ambos lados de la frontera están en alerta: el paso de personas por el tapón se ha multiplicado con la reciente incorporación de los venezolanos a la ruta, y son miles, o más bien: decenas de miles. Según datos suministrados por las autoridades panameñas al ‘New York Times’, de 11.000 personas en promedio que cruzaban anualmente entre 2010 y 2020, la estadística se disparó el año pasado a 130.000. Este año han cruzado casi 160.000.

Entretodos

Publica una carta del lector

Escribe un 'post' para publicar en la edición impresa y en la web

María Camila Ramírez, periodista del diario bogotano ‘El Espectador’, visitó a principios de año la zona y describió la situación en dos de los pueblos que forman parte del entramado del éxodo: Necoclí y Capurganá, ambos del lado colombiano. Necoclí es un puerto a orillas del golfo de Urabá y es donde embarcan muchos inmigrantes para dirigirse o bien a Acandí o bien a Capurganá, donde empiezan las rutas a pie para atravesar el tapón. Allí, Ramírez encontró angoleños, haitianos, venezolanos, ghaneses e inmigrantes de otras nacionalidades que esperaban para cruzar. “Pero a diferencia de los inmigrantes africanos, que vienen preparados, los venezolanos no llevan dinero encima, porque son personas que no han encontrado la forma de prosperar en Colombia y casi sin recursos han decidido emprender el viaje a Estados Unidos. En Necoclí no tienen con qué pagar el pasaje para atravesar el golfo y por eso el pueblo se convierte en un cuello de botella”. Esta misma semana, el periódico ‘El Tiempo’ informaba de que 10.000 inmigrantes se encontraban “represados” en las playas de Necoclí sin posibilidades de avanzar en el camino hacia Panamá. El 70% de ellos eran venezolanos.

Los medios de comunicación y las redes sociales están llenos del drama humano que supone aventurarse por el Darién. Gente que pierde la vida, algunos por agotamiento, otros porque mueren ahogados en los ríos que atraviesan la selva, o porque se pierden y nunca encuentran el camino. Mujeres violadas. Grupos enteros despojados de sus pertenencias. “En toda la ruta que lleva a Estados Unidos, es sin duda el punto más peligroso del trayecto”, dice Ramírez. “No solo por la seguridad, sino por la hostilidad del terreno. Es una región muy lluviosa y es fácil que haya una creciente súbita que arrastre a las personas, o te puede morder una serpiente, o te puedes perder en la selva. En el tapón convergen todos los peligros, desde los riesgos de una selva como esa hasta los grupos criminales. Es un tramo muy, muy complicado, pero muchos inmigrantes no lo dimensionan, y una vez en la selva se dan cuenta de dónde se metieron y los tienta la idea de devolverse. Pero nadie se devuelve, han pasado ya por tantas cosas que nadie se devuelve”. Muchos inmigrantes que han cruzado han calificado el paso de “infernal”, y muchos medios de comunicación han llevado ese infernal a sus titulares. Según el Defensor del Pueblo colombiano, el 15% de las personas que cruzan son menores de edad.

Noticias relacionadas

¿Cuántas personas exactamente son engullidas por la selva? No hay un registro fiable. Según Ramírez, aunque Panamá cuenta las personas que llegan al país por la vía del Darién, “en Colombia no hay ningún registro de nada”, de modo que es imposible hacer cuentas. “Se sabe cuánta gente sale, pero no cuánta gente entra”. Solo a Necoclí, según ‘El Tiempo’, llegan 15 autobuses llenos de inmigrantes cada cuatro horas, y Necoclí no es el único puerto donde se embarca. Los periodistas que hacen la ruta toman las mismas precauciones que si se metieran en una zona de guerra: un guía experto, provisiones, teléfono satelital, gestiones previas ante los grupos armados que operan en la zona para garantizar la seguridad.

Tras recorrer 12.500 kilómetros desde Alaska, la carretera Panamericana muere en el municipio panameño de Yaviza y vuelve a nacer 130 kilómetros más allá, del lado colombiano. Las razones por las que el tramo faltante nunca se ha construido van desde lo ambiental (de lado y lado de la frontera el Darién es un gigantesco parque protegido) hasta lo político (un brote de fiebre aftosa en Colombia convenció a EEUU de la conveniencia de mantener la barrera), pasando, por supuesto, por la seguridad: en plena guerra entre el Estado colombiano, la guerrilla y los paramilitares, Panamá juzgó que también le convenía que el tapón fuera tapón. Hoy en día son los inmigrantes los que pagan el precio.